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sino que mi intención es la de reunir a muchachos
y aun adultos de moralidad segura, de moralidad
probada durante varios años, antes de ser
admitidos en nuestra Congregación.
->>Cómo conseguir esto?, interrumpió el Padre
Santo.
-Lo he conseguido hasta ahora, añadí, y espero
seguir consiguiéndolo, por la clase de socios que
se reciben para formar parte de la Sociedad.
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Nosotros nos limitamos a muchachos educados,
instruidos en nuestras casas; muchachos
ordinariamente seleccionados por los párrocos que,
al verles resplandecer por sus virtudes, en medio
de la pala y el azadón, los envían a nuestras
casas. Dos tercios de ellos vuelven a sus casas.
Los que se quedan se ejercitan durante cuatro,
cinco y hasta siete años en el estudio y en la
piedad y solamente unos pocos de éstos son
admitidos a la prueba, aun después de este largo
tirocinio. Por ejemplo, este año terminaron
retórica en nuestras casas ciento veinte; ciento
diez ingresaron en la categoría de clérigos, pero
sólo veinte quedaron en la Congregación; los demás
fueron enviados a los respectivos Ordinarios
Diocesanos.
Admitidos así a la prueba, deben pasar dos años
aquí en Turín, donde tienen cada día lectura
espiritual, meditación, visita al Santísimo
Sacramento, examen de conciencia, y cada tarde una
conferencia que les doy yo, raras veces otro, y
eso a todos los aspirantes en común. Dos veces a
la semana, una conferencia expresamente para los
aspirantes; y una vez, para todos los de la
Sociedad.
Cuando el Padre Santo oyó todo esto se dio por
muy satisfecho y siguió diciendo:
-Dios os bendiga, hijo mío, haced las cosas del
modo que me decís, y vuestra Congregación logrará
su fin, y, si hay dificultades, comunicádmelas y
estudiaremos la manera de superarlas.
Después de esto se llegó al Decreto de
aprobación que V. E. ya ha visto. Y nosotros hemos
hecho lo que se ha dicho.
Por lo que acabo de exponer puede V. E.
comprender fácilmente que, si el Noviciado no
existe de nombre, me parece que lo hay de hecho.
Añade V. E. que, salvo poquísimas excepciones,
ningún miembro de la Congregación Salesiana
manifiesta las necesarias virtudes y se los
encuentra faltos especialmente de humildad. Ruego
humilde y respetuosamente a V. E. tenga a bien
indicarme quiénes, no así en general, sino por su
nombre, y le aseguro que estos individuos serán
severamente corregidos, y una sola vez. Esto
constituiría un escondrijo a descubrir, escondrijo
desconocido por mí hasta el presente y escondrijo
desconocido por V. E. hasta el mes de abril del
año corriente. Hasta esa fecha V. E. vio, oyó,
leyó y, podemos decir, administró todo lo más
importante, de esta casa. Hasta esa fecha proclamó
siempre con sus escritos y con su palabra, pública
o privada, que esta casa era como el arca de
salvación de la juventud, donde se aprende la
verdadera piedad y cosas por el estilo. Tendría
más cosas que decir, que no quiero confiar al
papel, y que espero exponerle de viva voz, cuando
V. E. pueda oírme.
Agradezco las benévolas expresiones de su
carta, y éste es el único consuelo que puedo
tener, al tiempo que, con la más profunda
gratitud, tengo el honor de profesarme,
De V. E. Rvma.,
Afmo. en Jesucristo
JUAN BOSCO, Pbro.
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