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de Dios; y quien no busca más que esto no se turba
nunca, vayan como vayan los asuntos que lleva
entre manos, y, ante cualquier contrariedad,
permanece tranquilo contemplando los sucesos;
únicamente le preocupa evitar toda ofensa de Dios,
de la que él pudiera ser culpable.
V. S. desea la consolidación de su Congregación
y su deseo se cumplirá, pues el Señor da claros
indicios de querer consolidarla; mas, precisamente
para lograr este óptimo intento, hay que emplear
los medios convenientes y no acudir a otros, que
obtendrían el fin opuesto.
La consideración y la conservación y
florecimiento de la Congregación de San Francisco
de Sales instituida por V. S. depende in primis et
ante omnia de un buen Noviciado, en el cual se
formen los miembros en la virtud, como las joyas
se forman a golpes de cincel y bajo la acción del
martillo y de la lima del artista. Si falta este
Noviciado, si éste no se aproxima, al menos en
gran parte, al de la Compañía de Jesús, la
Congregación de V. S. no tendrá estabilidad. Este
es el sentido en el que, cuando lo pida el caso,
yo expondré mi pensamiento a la Santa Sede.
Ahora bien, este Noviciado no existe al
presente en esta Congregación; y, por lo tanto,
sus miembros, salvo poquísimas excepciones, no son
ni el Fundador de la misma, ni están formados por
él o a lo sumo en una mínima parte. Demasiado a
menudo se oye repetir la queja de que muchos de
estos miembros no ((**It10.685**))
manifiestan las virtudes, y entre éstas la
humildad, que todos los fieles esperan ver en los
religiosos dignos de este nombre; y me duele decir
que no me parece falta de fundamento semejante
queja.
Un buen religioso es un ser que no se puede
obtener sino mediante unalarga y diligentísima
formación; y, por consiguiente, se requiere un
buen Noviciado, lo que me parece no existe todavía
en la Congregación de San Francisco, y, por tanto,
no podré promover la aprobación Pontificia de esta
Congregación, sino con la condición expresa de que
se establezca el tal Noviciado.
Además, mientras reconozco la conveniencia de
que a las Ordenes religiosas se les concede la
exención de la autoridad episcopal necesaria para
su existencia y prosperidad, soy, sin embargo,
enemigo de las exenciones no necesarias,
especialmente si son perjudiciales, como lo es, a
mi juicio, la que se quisiera mantener de que el
Obispo no examine diligentemente a los Ordenandos,
siendo así que el Concilio de Trento y el
Pontifical de los Obispos se lo mandan.
Desgraciadamente en este punto se dejaron
introducir poco a poco abusos, que ahora se
quisieran elevar a privilegios, pero la funesta
experiencia de los muchos religiosos, actualmente
dispersos, a los que falta la doctrina y virtud
necesarias para ser buenos ministros de la
Iglesia, demuestra claramente que se ha procedido
en esto un tanto a la buena, y que ya es hora de
que se cumpla punto por punto cuanto la sabiduría
de los Padres de Trento ha prescrito.
Convénzase, pues, V. S. de que mi intención es
la de edificar y no destruir, cooperar al bien y
no impedirlo. Póngase de buen humor y siga
alegremente haciendo aquello a lo que se siente
llamado por el Señor. No se alarme si se le
presentan quejas, sino más bien examine si hay en
ellas algo de verdad y procure corregirlas; si
encuentra alguna contrariedad o humillación, no se
resienta al menos exteriormente; ni permita que
ninguno de los suyos muestre resentimiento; sino
que se convenzan todos de que para ellos la manera
eficaz de vencer y triunfar es tener paciencia,
rezar y humillarse coram Deo et hominibus. Así lo
hicieron los Santos fundadores de Ordenes
religiosas, y así es preciso que lo hagan cuantos
los quieren seguir en similares fundaciones.
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