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((**Es10.60**) a don Julio Barberis, en Lanzo, a donde había ido a pasar unos días de vacaciones con un grupo de clérigos novicios. Tres días después, se dirigió a Turín don Julio Barberis y, encontrándose ((**It10.54**)) en la biblioteca conversando con el Santo, escuchó de sus labios el mismo relato. Don Julio no dijo nada por la satisfacción de oírlo directamente de sus labios y porque, además, el Siervo de Dios cada vez solía añadir algún detalle nuevo. También don Juan Bautista Lemoyne lo oyó de labios del mismo don Bosco y, tanto Barberis como Lemoyne, lo consignaron por escrito. Don Bosco, declaraba Lemoyne, les dijo que eran los primeros a quienes había expuesto detalladamente esta especie de visión, que aquí ofrecemos repitiendo casi las mismas palabras del Siervo de Dios. Me pareció encontrarme en una región salvaje y por completo desconocida. Era una inmensa llanura completamente inculta, en la que no se descubrían montes ni colinas. En sus lejanísimos confines se perfilaban escabrosas montañas. Vi en ella una turba de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudos, eran de altura y estatura extraordinarias, de aspecto feroz, cabellos largos e hirsutos, color bronceado y negruzco e iban vestidos con amplios mantos de pieles de animales que les caían por las espaldas. Usaban como armas una especie de lanza larga y la honda (el lazo). Estas turbas de hombres, esparcidos por acá y acullá, ofrecían a los ojos del espectador escenas diversas; unos corrían detrás de las fieras para darles caza; otros llevaban clavados en las puntas de sus lanzas trozos de carne ensangrentada. Por una parte, unos luchaban entre sí, otros peleaban con soldados vestidos a la europea, y quedaba el terreno cubierto de cadáveres. Yo temblaba al contemplar semejante espectáculo, y he aquí que aparecieron en los límites de la llanura numerosos personajes, en los cuales reconocía, por sus ropas y su manera de obrar, a los misioneros de varias Ordenes. Estos se aproximaban para predicar a aquellos bárbaros la religión de Jesucristo. Los observé atentamente, mas no reconocí a ninguno. Se mezclaron con los salvajes, pero ellos, apenas los veían, se les echaban encima con furor diabólico y alegría infernal, los mataban y con saña feroz los descuartizaban, los cortaban a pedazos y colocaban trozos de sus carnes en la punta de sus largas picas. Luego se repetían las luchas entre ellos y con los pueblos vecinos. Después de observar las horribles matanzas, me dije: ->>Cómo convertir a esta gente tan salvaje? Vi entretanto en lontananza un grupo de otros misioneros que se acercaban a los salvajes con rostro alegre, precedidos de un pelotón de muchachos. ((**It10.55**)) Yo temblaba pensando: -Vienen para hacerse matar. Y me acerqué a ellos; eran clérigos y sacerdotes. Los miré atentamente y vi que eran nuestros salesianos. Los primeros me eran conocidos y, si bien no pude conocer personalmente a otros muchos que les seguían, me di cuenta de que eran también misioneros salesianos, precisamente de los nuestros. -Pero >>cómo es esto?, exclamé.(**Es10.60**))
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