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a don Julio Barberis, en Lanzo, a donde había ido
a pasar unos días de vacaciones con un grupo de
clérigos novicios.
Tres días después, se dirigió a Turín don Julio
Barberis y, encontrándose ((**It10.54**)) en la
biblioteca conversando con el Santo, escuchó de
sus labios el mismo relato. Don Julio no dijo nada
por la satisfacción de oírlo directamente de sus
labios y porque, además, el Siervo de Dios cada
vez solía añadir algún detalle nuevo.
También don Juan Bautista Lemoyne lo oyó de
labios del mismo don Bosco y, tanto Barberis como
Lemoyne, lo consignaron por escrito.
Don Bosco, declaraba Lemoyne, les dijo que eran
los primeros a quienes había expuesto
detalladamente esta especie de visión, que aquí
ofrecemos repitiendo casi las mismas palabras del
Siervo de Dios.
Me pareció encontrarme en una región salvaje y
por completo desconocida. Era una inmensa llanura
completamente inculta, en la que no se descubrían
montes ni colinas. En sus lejanísimos confines se
perfilaban escabrosas montañas. Vi en ella una
turba de hombres que la recorrían. Estaban casi
desnudos, eran de altura y estatura
extraordinarias, de aspecto feroz, cabellos largos
e hirsutos, color bronceado y negruzco e iban
vestidos con amplios mantos de pieles de animales
que les caían por las espaldas. Usaban como armas
una especie de lanza larga y la honda (el lazo).
Estas turbas de hombres, esparcidos por acá y
acullá, ofrecían a los ojos del espectador escenas
diversas; unos corrían detrás de las fieras para
darles caza; otros llevaban clavados en las puntas
de sus lanzas trozos de carne ensangrentada. Por
una parte, unos luchaban entre sí, otros peleaban
con soldados vestidos a la europea, y quedaba el
terreno cubierto de cadáveres. Yo temblaba al
contemplar semejante espectáculo, y he aquí que
aparecieron en los límites de la llanura numerosos
personajes, en los cuales reconocía, por sus ropas
y su manera de obrar, a los misioneros de varias
Ordenes. Estos se aproximaban para predicar a
aquellos bárbaros la religión de Jesucristo. Los
observé atentamente, mas no reconocí a ninguno. Se
mezclaron con los salvajes, pero ellos, apenas los
veían, se les echaban encima con furor diabólico y
alegría infernal, los mataban y con saña feroz los
descuartizaban, los cortaban a pedazos y colocaban
trozos de sus carnes en la punta de sus largas
picas. Luego se repetían las luchas entre ellos y
con los pueblos vecinos.
Después de observar las horribles matanzas, me
dije:
->>Cómo convertir a esta gente tan salvaje?
Vi entretanto en lontananza un grupo de otros
misioneros que se acercaban a los salvajes con
rostro alegre, precedidos de un pelotón de
muchachos.
((**It10.55**)) Yo
temblaba pensando:
-Vienen para hacerse matar.
Y me acerqué a ellos; eran clérigos y
sacerdotes. Los miré atentamente y vi que eran
nuestros salesianos. Los primeros me eran
conocidos y, si bien no pude conocer personalmente
a otros muchos que les seguían, me di cuenta de
que eran también misioneros salesianos,
precisamente de los nuestros.
-Pero >>cómo es esto?, exclamé.(**Es10.60**))
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