((**Es10.593**)
->>Sabe, Padre, lo que nos han hecho los
muchachos esta mañana? Habíamos comprado unas
manzanas preciosas para la comida de los
forasteros (era un día de fiesta en el Colegio) íy
no las han robado todas!
Y él, con su calma habitual, replicó:
-Los muchachos no tienen la culpa, sino
vosotras. Llamad al prefecto y decidle que don
Bosco ha mandado que se coloque enseguida una reja
en la ventana... Acordaos que no hay que poner
nunca a los muchachos en la ocasión de poder
cometer una falta; íéste es el sistema preventivo
de don Bosco!
íSiempre era el buen Padre y el maestro
ejemplar!
Amaba muchísimo la pobreza, pero quería que se
guardaran los debidos miramientos con los que
padecían necesidad. Había una hermana delicada de
salud, que quería volver a su casa; y él, después
de recomendar a la comunidad que se trabajara por
el Señor con energía, con amor, con generosidad y
que se rezara con fe y fervor, siguió diciendo:
-El Señor no ha permitido nunca que nos faltara
lo necesario para los sanos, ni para los enfermos.
Si el doctor ordena que os den pollo, la
Congregación lo provee. íAyudadme a llevar
adelante el carro!
Pero él hacía siempre los posibles para evitar
toda excepción.
Una mañana, después de haber confesado durante
largo tiempo, ofreciéronle un vaso de agua con
unas gotas de zumo de grosella, y exclamó con aire
sonriente:
-íDon Bosco no tiene sed, y si la tuviese, le
bastaría un vaso de agua fresca!
Otro día le ofrecieron para el desayuno un
huevo batido con café y leche. Lo aceptó y comenzó
a echar azúcar.
-íPadre, díjole ingenuamente la monja, ya puse
yo azúcar!
((**It10.650**)) Y él,
siempre afable y sonriente, respondió:
->>No sabéis que don Bosco tiene que copiar la
dulzura de san Francisco de Sales?
En Lanzo llevaron una mañana el desayuno para
él y para el Director. Su taza contenía un huevo
batido, la del Director no. >>Qué hizo? Tomó su
taza, la miró y se la ofreció al Director
diciendo:
-íEsta tómala tú! Porque don Bosco debe dar
buen ejemplo; y además, es algo superfluo.
El Director insistió y él la tomó, obediente
como un niño.
Y valga otra anécdota, aún más graciosa, tal y
como la cuenta monseñor Costamagna.
(**Es10.593**))
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