((**Es10.56**)
En el cómputo realizado hemos excluido a los
que murieron fuera del Oratorio, como Cavazzoli en
Lanzo, otros en Borgo San Martino, en el hospital
de San Juan, y en su casa, de forma que, entre
todos, llegarían a igualar y tal vez a superar el
número indicado por don Joaquín Berto.
Pero nos abstenemos de publicar los nombres,
pues no creemos conveniente, como se verá, decir
quiénes fueron algunos.
4. <<íSomos diez... somos diez... los que no hemos
hecho bien los ejercicios espirituales!>>.
Del 3 al 7 de julio de 1872, predicaron en el
Oratorio los ejercicios espirituales a los
alumnos, los reverendos Lemoyne y Corsi. Don
Bosco, después de haber pedido al Señor que le
diese a conocer si todos lo habían hecho bien,
tuvo este sueño, que después contó a toda la
comunidad:
Me pareció estar en un patio mucho más
espacioso que el del Oratorio, todo rodeado de
casas, plantas y matorrales. En las ramas de los
árboles y entre las espinas de la maleza había, de
trecho en trecho, algunos nidos, con polluelos a
punto de emprender el vuelo en distintas
direcciones. Mientras me deleitaba oyendo el piar
de aquellos pajarillos, he aquí que cayó delante
de mí uno por cuyo canto conocí que era un
ruiseñor.
((**It10.50**)) -íOh!,
me dije, si te has caído es que las alas aún no te
sirven para volar y por tanto te podré agarrar.
Y diciendo esto avancé y alargué el brazo para
apoderarme del pajarillo.
Pero íqué! casi le rozaba las alas, casi, casi
lo tenía en mis manos, cuando el pajarillo,
haciendo un esfuerzo, se echó a volar hasta la
mitad del patio.
-Pobre animal, me dije; es inútil todo
esfuerzo; es inútil que escapes, pues te
perseguiré hasta agarrarte.
Y comencé a correr tras él. Estaba ya para
atraparlo y me hizo la misma jugada de antes:
concentrando todas sus fuerzas, consiguió volar
aún más lejos.
-íVaya con el animalejo!, exclamé; quiere
salirse con la suya; pues bien: veremos quién gana
la partida.
Y me acerqué a él por tercera vez. Pero, como
si persistiese en burlarse de mí, cuando lo tuve
casi en mi poder, se levantó como a la distancia
de un tiro de escopeta y más aún.
Yo le seguí con la vista, maravillado de su
atrevimiento, cuando de pronto vi caer sobre el
pequeño ruiseñor un enorme gavilán que,
aferrándolo con sus poderosas garras, se lo llevó
para devorarlo.
Al ver aquella escena sentí que la sangre se me
helaba en las venas y, deplorando el infortunio
del incauto, le seguí con la mirada.
Me decía entretanto:
-Quise salvarte y no te dejaste agarrar, antes
bien te burlaste de mí tres veces seguidas y ahora
pagas el precio de tu testarudez.(**Es10.56**))
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