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((**Es10.528**) La humildad del pueblo natal pareció acentuar en María la nota singular de su carácter. Tenía inteligencia despierta y aguda, voluntad recta y resuelta, amor y fervor por las prácticas religiosas. Esos fueron los primeros destellos luminosos que fue irradiando con admiración de sus paisanos, al tiempo que crecía en el conocimiento de las cosas del cielo y de lo que es defecto o virtud, de una forma como raras veces sucede en la primera edad. Empezó enseguida a mortificar la gula, a huir de la vanidad en el atuendo, a combatir el amor propio, a escuchar con fruto la palabra de Dios, y a frecuentar el catecismo, con tal provecho que se distinguía hasta entre los muchachos, y se ganaba siempre las máximas calificaciones. Con el firme propósito de huir del mal y hacer el bien, se preparó para la primera Comunión; y, desde el día en que recibió a Jesús en su corazón, creció tanto en su amor que muy pronto sintió la necesidad de recibir a diario la sagrada eucaristía. A los quince años, espontáneamente, prometía a Dios guardar durante toda la vida la pureza virginal. Cambiaron sus padres de vivienda y fueron a habitar en un collado del caserío de los Mazzarelli, concretamente en la alquería, llamada la Valponasca. La habían alquilado sus padres a los marqueses Doria. Para ir a la parroquia tenía casi una hora de camino por la carretera vecinal y no menos de media hora por el atajo. Edificaba ver a aquella humilde hija de los campos ir tan temprano cada mañana a oír misa y recibir la santa comunión. Ni el cansancio del día anterior, era una trabajadora tenaz, ni el mal tiempo, ni el bochorno del verano, ni el frío del invierno, lograban impedírselo. Para despertarse ((**It10.577**)) temprano, dormía a veces vestida en el suelo, o se ceñía apretadamente la cintura. Apenas se desvelaba, si hacía buen tiempo, llamaba a una hermana y, si el tiempo era malo, salía sola, ansiosa de llegar la primera a la iglesia y dar a Jesús el primer saludo. Sólo por este motivo salía siempre temprano, y cuando encontraba el templo todavía cerrado, lo que sucedía a menudo, se arrodillaba en las gradas de la iglesia, como otro Domingo Savio, y adoraba y rezaba hasta que abrían la puerta. Le sucedió más de una vez llegar a la parroquia a eso de las dos y media y aun a las dos de la noche; y entonces, después de rezar largo rato, se sentaba y descansaba un poco, íhumilde y sencilla como una paloma! Después de oír misa y recibir la comunión, volvía a casa y emprendía diligentemente el trabajo con insuperable actividad. (**Es10.528**))
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