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siempre, por el deseo de ayudar cristianamente a
su prójimo y siempre en nombre de Dios, ((**It10.572**)) sin
ambicionar ni la sombra de lo que hoy día es el
sueño de tantos: honores, títulos, riquezas; nada
de todo esto le espoleaba, sólo el bien de la
humanidad, sólo la caridad evangélica. .
El se puso en contacto con el rico y con el
pobre, con el poderoso y con el mendigo, entró en
el espléndido palacio y en las humildes chozas,
fiel al dicho de Salomón (Proverbios): <>.
Vengamos al 1848, época de revoluciones y
grandes acontecimientos. En medio de la gran
conmoción de los ánimos, en medio de la confusión
de las cosas, todavía hay quien tiene encendida la
antorcha de la fe, y emprende una obra de sublime
abnegación, llamando a sí a la juventud con la
palabra del Nazareno: Venite ad me, pueri (Venid
los muchachos a mí).
En una callejuela del barrio llamado Valdocco,
que difícilmente se podría reconstruir hoy, montó
una humilde casucha con una pequeña capilla
dedicada a san Francisco de Sales. En los días
festivos se reúnen allí jovencitos que elevan sus
preces al Señor y que ciertamente son escuchadas;
muchachos avispados y alegres, hijos del pueblo,
que sin los ejercicios y juegos infantiles e
inocentes, que allí pueden realizar, se hubieran
entregado al ocio y al vicio, compañero
inseparable, por desgracia, de la miseria. >>Quién
es el santo Sacerdote que les proporciona tan
útiles pasatiempos, que les inicia al mismo tiempo
en las prácticas de piedad, y les socorre además
en sus necesidades a ellos y a sus pobres
familias, que se informa de sus desgracias, que
todo lo prevé y atiende a todo como padre amoroso,
como pastor solícito por sus ovejas? Es don Bosco.
Este nombre suena en todas partes: en las
calles, en los talleres, en las familias. Todos
van a porfía para ser admitidos en aquel lugar de
honesta diversión y, cada año que pasa, la fama
aumenta y crece el número de los desamparados que
allí encuentran consuelo.
Aquella humilde casucha, situada a poca
distancia del lugar donde un cuarto de siglo antes
el teólogo Cottolengo ya había dado pruebas de lo
que puede la caridad, que debía convertirse en
honroso corolario, primeramente sería alquilada, y
des pués comprada por el sacerdote Bosco con sus
ahorros y con donativos recibidos de quienes se
daban cuenta del santo fin del Fundador. íMezquino
albergue destinado a convertirse poco a poco en
emporio de beneficencia, de artes e industrias,
siempre iluminado por la antorcha de la religión!
Quien visite ahora aquel Instituto y admire la
hermosa mole del nuevo templo queda admirado al
contemplar cómo a la vuelta de pocos años haya
podido surgir de la nada tamaño complejo de
edificios. Hay allí, además de un centro escolar,
que abarca hasta el quinto curso del bachillerato,
grandes talleres de sastrería, zapatería,
encuadernación, carpintería, cerrajería, etc. Como
complemento de todo esto el emprendedor sacerdote
añadió hace pocos años una tipografía, donde se
imprimen libros de ascética y de cultura, no sólo
por encargo de otros, sino ((**It10.573**))
escritos también por el incansable Educador; pues,
conviene decirlo, don Bosco es, además, escritor y
escritor elegante y eruditísimo. Es algo realmente
inexplicable que un hombre, dedicado a tantas
cosas, a tantas empresas, haya encontrado todavía
tiempo para ser útil a la literatura y a la
historia. Y, sin embargo, dan fe de ello algunos
de sus escritos, entre los que hay uno de mucha
importancia: La Historia de Italia contada a la
juventud, muy alabada por el célebre Tommaseo, que
visita muchas veces a don Bosco.
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