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Monseñor intentó disculparse diciendo que había
escrito aquellos artículos para defender el
principio; pero don Bosco le hizo entender que no
admitía disculpa para aquella manera de escribir,
porque no había sido el principio católico el que
había inspirado ciertas frases y ciertas
intempestivas revelaciones, sino el principio del
amor propio personal.
También fue al Oratorio el teólogo Enrique
Massara, redactor del Osservatore Cattolico de
Milán. Don Bosco estaba confesando en aquel
momento, por lo que don Antonio Sala le acompañó a
visitar algunos talleres; y, cuando volvía a
acompañarle a la iglesia, ((**It10.561**)) don
Bosco estaba en el patio cercado de un grupo de
chicos. Don Antonio Sala presentóle al sacerdote y
dijo:
-Aquí tiene usted a don Enrique Massara,
escritor en el Osservatore Cattolico de Milán, que
desea saludarle.
Don Bosco, sonriendo, puso sus manos sobre las
cejas como formando una visera y, clavando en él
su mirada penetrante, le dijo:
-íMassara! íAh! >>Es aquel señor que en su
diario ha tratado a don Bosco espléndidamente?
Massara, herido, confundido ante tan francas
palabras, contestó casi balbuceando:
-Olvídelo... usted lo sabe... me dolió... pero
no fui yo, sino monseñor Nardi quien envió aquel
artículo, y nosotros lo publicamos.
-Lo comprendo, replicó don Bosco; son cosas que
se entienden;
son periodistas, ven las cosas desde un punto de
vista..., y las opiniones contrarias... Pero,
dígame, >>cuándo ha llegado a Turín?
Y poco a poco, desviando delicadamente la
conversación, pasó a hablar de otros temas
cordialmente.
Don Bosco nunca calló lo que consideraba como
un deber manifestar.
Llegó de vuelta a Turín el 16 de abril por la
mañana, y al día siguiente la Gaceta del Pueblo le
daba la bienvenida con esta comunicación vulgar:
<(**Es10.513**))
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