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salió todavía peor. Y >>sabéis por qué? Por que
Visconti Venosta acabó por convencer a don Bosco
de que era absurdo pensar hoy en modificar la ley
de garantías. El razonamiento del Ministro de
Asuntos Exteriores fue de una sencillez
desoladora: la ley se hizo para una situación: la
situación no ha cambiado como causa; por
consiguiente, >>quién puede seriamente proponer
variar su efecto? >>Las relaciones de la Iglesia
con el Estado pueden permanecer siempre así? No;
el mismo Presidente del Consejo, como diputado,
proclamó la necesidad de ((**It10.555**)) una
nueva ley para regularlas de otro modo: pero que
sea la Santa Sede la primera en moverse, e Italia
no tardará en imitarla. Don Bosco nada tuvo que
replicar.
>>No tuvo mejor acogida la petición sobre la
libertad de enseñanza. El Estado tiene leyes que
regulan la enseñanza; el Gobierno puede renunciar
a la vigilancia de las escuelas de la Iglesia,
sólo por serlo, mientras desgraciadamente y
precisamente como tales, dieron a conocer hasta
ahora que necesitan de una inspección activa y
eficaz.
>>Por último, tocante a la nueva ley sobre el
matrimonio civil, el Ministro de Justicia se
lamentaba de haberse visto obligado a presentarla.
No decía a don Bosco sobre quién pesaba la
responsabilidad de esta urgente necesidad. La
Iglesia, que desgraciadamente había fomentado o
tolerado el abuso, tenía que mostrarse, por su
propia iniciativa, resuelta a reprimirlo y a
impedir su renovación; en este caso, el Gobierno y
el Parlamento habrían podido, a los sumo, ver si
convenía dar a la ley un valor transitorio,
limitado a un determinado número de años.
>>Estos fueron los resultados de las
larguísimas negociaciones de don Bosco con
nuestros Ministros>>.
Nosotros creemos que el Corresponsal de la
Nazione calumnió un tanto al óptimo Sacerdote
turinés y dejamos a su cuenta la responsabilidad
de la exactitud de estas conversaciones; pero las
hemos recogido, lo repetimos, como la
manifestación de las ideas de ciertos
conciliadores; y hemos pensado tener que
señalarlas a los pocos católicos, que sueñan
todavía con la posibilidad de la conciliación.
Y, por si no bastaran estas buenas razones, nos
acaban de suministrar otra de distinta clase, pero
no menos concluyente: la Memoria del señor de
Arnim, que publicamos en el número de ayer.
El diplomático prusiano escribía, según parece,
a un alemán:
<>.
Ahora vosotros, ingenuos soñadores de
conciliación, suponed por un instante, que el
sueño se haga realidad, que el Rey de Italia y el
Pontífice de la Iglesia universal vivan en el
mismo territorio, en la misma ciudad, casi en la
misma casa en esa hermosa armonía de vida y
propósitos que tanto os halaga en la candorosa
mente. Al surgir aun la más pequeña cuestión
internacional eclesiástica o política, en la
((**It10.556**)) que
estén comprometidos Italia y el Papa, >>quién
podrá asegurar a los católicos de este o aquel
país que <(**Es10.508**))
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