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((**Es10.508**) salió todavía peor. Y >>sabéis por qué? Por que Visconti Venosta acabó por convencer a don Bosco de que era absurdo pensar hoy en modificar la ley de garantías. El razonamiento del Ministro de Asuntos Exteriores fue de una sencillez desoladora: la ley se hizo para una situación: la situación no ha cambiado como causa; por consiguiente, >>quién puede seriamente proponer variar su efecto? >>Las relaciones de la Iglesia con el Estado pueden permanecer siempre así? No; el mismo Presidente del Consejo, como diputado, proclamó la necesidad de ((**It10.555**)) una nueva ley para regularlas de otro modo: pero que sea la Santa Sede la primera en moverse, e Italia no tardará en imitarla. Don Bosco nada tuvo que replicar. >>No tuvo mejor acogida la petición sobre la libertad de enseñanza. El Estado tiene leyes que regulan la enseñanza; el Gobierno puede renunciar a la vigilancia de las escuelas de la Iglesia, sólo por serlo, mientras desgraciadamente y precisamente como tales, dieron a conocer hasta ahora que necesitan de una inspección activa y eficaz. >>Por último, tocante a la nueva ley sobre el matrimonio civil, el Ministro de Justicia se lamentaba de haberse visto obligado a presentarla. No decía a don Bosco sobre quién pesaba la responsabilidad de esta urgente necesidad. La Iglesia, que desgraciadamente había fomentado o tolerado el abuso, tenía que mostrarse, por su propia iniciativa, resuelta a reprimirlo y a impedir su renovación; en este caso, el Gobierno y el Parlamento habrían podido, a los sumo, ver si convenía dar a la ley un valor transitorio, limitado a un determinado número de años. >>Estos fueron los resultados de las larguísimas negociaciones de don Bosco con nuestros Ministros>>. Nosotros creemos que el Corresponsal de la Nazione calumnió un tanto al óptimo Sacerdote turinés y dejamos a su cuenta la responsabilidad de la exactitud de estas conversaciones; pero las hemos recogido, lo repetimos, como la manifestación de las ideas de ciertos conciliadores; y hemos pensado tener que señalarlas a los pocos católicos, que sueñan todavía con la posibilidad de la conciliación. Y, por si no bastaran estas buenas razones, nos acaban de suministrar otra de distinta clase, pero no menos concluyente: la Memoria del señor de Arnim, que publicamos en el número de ayer. El diplomático prusiano escribía, según parece, a un alemán: <>. Ahora vosotros, ingenuos soñadores de conciliación, suponed por un instante, que el sueño se haga realidad, que el Rey de Italia y el Pontífice de la Iglesia universal vivan en el mismo territorio, en la misma ciudad, casi en la misma casa en esa hermosa armonía de vida y propósitos que tanto os halaga en la candorosa mente. Al surgir aun la más pequeña cuestión internacional eclesiástica o política, en la ((**It10.556**)) que estén comprometidos Italia y el Papa, >>quién podrá asegurar a los católicos de este o aquel país que <(**Es10.508**))
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