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completamente de él. El Papa y varios Cardenales,
por su parte, le daban plena confianza. Durante
todo el día él no hacía más que correr arriba y
abajo, del Papa a los Ministros. Llegaba al
Vaticano y nadie le preguntaba si tenía permiso o
para qué iba; pasaba libremente por todas las
salas, entraba en el salón del Papa, despachaba y
arreglaba los asuntos. ((**It10.498**))
Llegaban cardenales, prelados, otros dignatarios y
les decían:
-Tengan paciencia; esperen; íestá don Bosco con
el Papa!
Y esperaban.
<>->>Puede esperar?
>>Las más de las veces decía don Bosco que no,
y entraba inmediatamente en el despacho del
Ministro, con quien se entretenía horas enteras,
tratado como un familiar, o mejor, como un
superior. Si la cuestión hubiera sido sólo
política, o de ambición de principios, se habría
llegado ciertamente a un arreglo, pero el odio
satánico de las sectas contra Dios y su Vicario,
ponía obstáculos insuperables a la paz
religiosa>>.
El 2 de enero por la mañana don Joaquín Berto
llevó una carta de don Bosco para el Ministro de
Gracia y Justicia, al palacio de la plaza de
Florencia. La entregó al secretario general, que
le pidió la dirección y aseguró que le
contestaría. Volvió y le dijo:
-El Ministro está en audiencia con Su Majestad;
no sé hasta qué hora estaré, pero nada más llegar,
se la entregaré. Entretanto presente mis respetos
a don Bosco.
Primero le trataron algo fríamente pero, apenas
supieron que era el compañero de don Bosco, le
dispensaron toda clase de atenciones.
Aquella misma tarde volvió don Bosco a hablar
con el Ministro. Estuvo hora y media y salió muy
cansado. Casi no podía tenerse en pie. Escribe don
Joaquín Berto:
<>Al salir le acompañé tomándole del brazo. Me
decía:
>>-Estoy rendido. Al terminar, se lo dije al
Ministro: -Mire,
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