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alguna conclusión, fueron llamados el Ministro de
la Guerra y el de Gracia y Justicia con sus
secretarios. El coloquio se prolongó todavía dos
horas más. Don Bosco tuvo que responder a las
dificultades y preguntas incesantes de uno y de
otro, siempre atento a aprovechar la ocasión
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exponer alguna razón favorable a la Iglesia. Salió
riendo, sudando a mares y con la cara encendida.
Lo primero que dijo a don Joaquín Berto, cuando
estuvieron a solas, fue:
-No puedo más; no veo ni adonde voy.
Don Joaquín Berto se apresuró a sostenerlo por
un brazo; él bajaba lentamente las escaleras y
seguía sonriendo:
-Si alguno hubiese estado presente, hubiera
dicho: <<ídon Bosco, deje a esos granujas!>>. Y yo
me encontraba en medio de esos granujas como un
pollito acorralado; tenía seis a mi alrededor y
todos intentaban enredarme a fuerza de sofismas.
íPobre Lanza! Pero les gustó la manera de hablar
de don Bosco, porque yo no hago muchos
razonamientos, sino que prefiero exponer las
contradicciones y tristes consecuencias que se
seguirían, admitido aquel principio.
La tarde del 6 de marzo sostuvo otra entrevista
de dos horas con el cardenal Antonelli. Tuvo
también otras con el Ministro, pero no podemos
señalar con precisión el día en que se celebraron.
Don Joaquín Berto andaba atareadísimo con el
despacho de los boletos para la rifa y no podía
acompañar a don Bosco a todas partes. Pero el 12
de marzo escribía a don Juan Bautista Lemoyne,
director del colegio de Lanzo:
<>Aquí en Roma hay un desaliento universal por
parte de los buenos para hacer el bien, de modo
que la presencia de don Bosco resulta muy
provechosa. Se nos espera en muchos sitios,
algunos nos ofrecen habitación y se prestan a
servirnos. Esta semana volveremos a ver al Padre
Santo...>>.
Don Bosco tuvo otras reuniones con el Ministro,
como se deduce de las notas de don Joaquín Berto:
<(**Es10.439**))
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