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libertad, progreso, igualdad, tolerancia,
partidarios tan influyentes en la moderna
civilización, lo verdadero anda mezclado con lo
falso, y no puede abrazarse o rechazarse todo en
ellos sin discernimiento de ninguna clase.
6.¦ De semejante derecho a oponerse al desorden
social, no quiero en modo algumo afirmar que
nazca, en quien se abstiene de usar de él, una
verdadera imputabilidad del mal que puede suceder
en el cuerpo social, pero me parece que no puede
negarse que, si los católicos se valen de los
únicos medios legalmente eficaces, mucho más
abiertamente manifestarán con esto a todos que
ellos no tienen culpa alguna o parte, aunque
negativa, en los males que se cometiesen. De modo
que, aun cuando fuera verdad lo que se nos canta
por algunos celosos en todos los tonos <> (todos futuros
contingentes, para nosotros míseros mortales, muy
inciertos), los católicos en el parlamento harían
o podrían hacer siempre al menos dos cosas:
defender la verdad, la justicia, el bien social y
oponerse con su voto, con el único medio
verdaderamente eficaz, hasta donde les sea
posible, a la iniquidad. Y los electores al
elegirlos y los elegidos, correspondiendo a las
intenciones de los que los eligieron, darían
pruebas evidentes de que ellos hicieron todo lo
que podían por el bien social. Sin embargo, habría
mucho y muy mucho que decir acerca de esta
inutilidad, que con tan atrevida seguridad se da
como cosa certísima cuando está muy lejos de
serlo. Pero >>y si los elegidos fueran de la mala
ralea de los católicos liberales? Como no es ahora
necesario entrar en el laberinto de equívocos que
se encierra en el uso que muchos hacen y más en el
abuso de esta calificativo <>,
me limito a contestar que <> no
significa católico liberal y que es antiguo el
dicho <> (presentar inconvenientes, no es
solventar la razón).
7.¦ Apoyándome en lo que hasta aquí he dicho,
creo no merecer la tacha de atrevido, si afirmo,
que la polémica sostenida por varios diarios y
periódicos conservadores contra el derecho
electoral de los católicos y sus propugnadores, ha
sido, y es poco decir, excesiva, o sea, que se han
llevado las cosas a tal grado de exageración, que
se ha querido demostrar que el ejercicio del
derecho electoral por parte de los católicos
italianos es un atentado sacrílego contra la
religión, la moral cristiana, la justicia y hasta
contra la misma equidad natural. Esa costumbre de
maldecirlo todo, agriarlo todo, tiene como muy
lógica consecuencia sustituir el deseo del triunfo
de las propias opiniones por el puro y sincero
deseo de que sólo triunfe la verdad. De semejante
modo de discutir las cuestiones procede, en los
que con toda la buena fe tienen una opinión
contraria, al enojarse al ver que se les atribuyen
intenciones que sólo son propias de los sectarios,
de los enemigos de ((**It10.473**)) Dios y
de la Iglesia, intenciones que ellos tienen la
íntima y concienzuda convicción de abominar con
toda su alma, y muchas veces con el corazón
amargado por esa injustísima intolerancia llegan a
decir cosas reprobables, que no se hubieran dicho
si hubiese habido en los contradictores más
dominio de la razón y menos prejuicio y pasión.
Podría citar ejemplos muy obvios y contemporáneos,
pero V. S. los conoce mejor que yo, que sólo toco
aquí algunos puntos importantes acerca de esta
cuestión de las elecciones políticas.
8.¦ Una polémica de esta índole intolerante y
excesiva es tanto más absurda en los católicos,
cuanto más sabia, avisada y benigna fue la
posición adoptada por la Sede Apostólica en esta
controversia. Si la consideramos en sus públicas
manifestaciones, fue primero una concesión,
restringida con algunas condiciones respecto a la
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