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Alessandria se apearon para cambiar de tren; don
Bosco acompañó hasta el bar a don Joaquín Berto,
que tenía algo de tos, para que tomara una taza de
leche caliente, pero él no tomó nada. Allí se
encontraron con el padre Franco. Juntos, volvieron
a subir ((**It10.464**)) al
tren y en amigable compañía viajaron hasta
Piacenza, hablando de muchas cosas, y también de
la situación de la Iglesia en Italia.
De este viaje conservamos las muchas cartas que
envió don Joaquín Berto a don Miguel Rúa y a los
jóvenes del Oratorio, y otros apuntes que tomó
después. Pero, si hubiésemos de referirlo todo por
entero, no acabaríamos nunca y resultaría una
exposición, seguramente demasiado pesada por
tantos pequeños detalles que se relacionan más con
el escritor que con el Santo. El mismo don Miguel
Rúa resumió lo más interesante en dos circulares
que envió a las Casas, y también nosotros
trataremos de hacer, lo más exactamente posible,
un amplio resumen.
Al llegar a Piacenza, rogó el padre Franco a
don Bosco que bajara. Le acompañó en coche al
Borgo della Morte, donde vivían privadamente
algunos miembros de la Compañía, y quiso que
estuviese con ellos hasta la tarde. Le trataron
fraternalmente, de la manera más cortés y cordial.
Durante la comida, a la que también asistió un
canónigo de la ciudad, se habló de las cuestiones
políticas y religiosas del momento. Todos
deploraban la lastimosa situación de la Iglesia,
cuyo fin no sólo no se vislumbraba, sino que se
pensaba llegaría a ser peor.
Don Bosco tomó la palabra y dijo:
->>No les parece un verdadero triunfo de la
Iglesia el haberse podido librar de los pactos con
los Gobiernos, que no sólo pretendían elegir a los
Obispos para las diversas diócesis, sino hasta los
párrocos para cada parroquia? Ahora está más libre
que antes. Se han roto los concordatos, que
coartaban su libertad, especialmente para la
elección de Obispos; el Papa puede elegirlos sin
esperar proposición alguna, ni adhesión o
beneplácito; y actualmente están provistas todas
las diócesis de Italia. Y el que los Obispos hayan
tenido que albergarse en los Seminarios, por no
estar reconocidos por la autoridad civil,
ciertamente es un mal, porque carecen de las
temporalidades; pero, entretanto, del mal se saca
un bien... porque pueden acercarse a los
seminaristas y entretenerse con ellos, mientras
que antes, puede decirse que casi no había
relación entre ellos y, menos aún, confianza.
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Aquella misma tarde volvió a tomar el tren de las
siete y media con don Joaquín Berto, y siguió
viaje hasta Parma. Allí bajaron
(**Es10.427**))
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