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((**Es10.427**) Alessandria se apearon para cambiar de tren; don Bosco acompañó hasta el bar a don Joaquín Berto, que tenía algo de tos, para que tomara una taza de leche caliente, pero él no tomó nada. Allí se encontraron con el padre Franco. Juntos, volvieron a subir ((**It10.464**)) al tren y en amigable compañía viajaron hasta Piacenza, hablando de muchas cosas, y también de la situación de la Iglesia en Italia. De este viaje conservamos las muchas cartas que envió don Joaquín Berto a don Miguel Rúa y a los jóvenes del Oratorio, y otros apuntes que tomó después. Pero, si hubiésemos de referirlo todo por entero, no acabaríamos nunca y resultaría una exposición, seguramente demasiado pesada por tantos pequeños detalles que se relacionan más con el escritor que con el Santo. El mismo don Miguel Rúa resumió lo más interesante en dos circulares que envió a las Casas, y también nosotros trataremos de hacer, lo más exactamente posible, un amplio resumen. Al llegar a Piacenza, rogó el padre Franco a don Bosco que bajara. Le acompañó en coche al Borgo della Morte, donde vivían privadamente algunos miembros de la Compañía, y quiso que estuviese con ellos hasta la tarde. Le trataron fraternalmente, de la manera más cortés y cordial. Durante la comida, a la que también asistió un canónigo de la ciudad, se habló de las cuestiones políticas y religiosas del momento. Todos deploraban la lastimosa situación de la Iglesia, cuyo fin no sólo no se vislumbraba, sino que se pensaba llegaría a ser peor. Don Bosco tomó la palabra y dijo: ->>No les parece un verdadero triunfo de la Iglesia el haberse podido librar de los pactos con los Gobiernos, que no sólo pretendían elegir a los Obispos para las diversas diócesis, sino hasta los párrocos para cada parroquia? Ahora está más libre que antes. Se han roto los concordatos, que coartaban su libertad, especialmente para la elección de Obispos; el Papa puede elegirlos sin esperar proposición alguna, ni adhesión o beneplácito; y actualmente están provistas todas las diócesis de Italia. Y el que los Obispos hayan tenido que albergarse en los Seminarios, por no estar reconocidos por la autoridad civil, ciertamente es un mal, porque carecen de las temporalidades; pero, entretanto, del mal se saca un bien... porque pueden acercarse a los seminaristas y entretenerse con ellos, mientras que antes, puede decirse que casi no había relación entre ellos y, menos aún, confianza. ((**It10.465**)) Aquella misma tarde volvió a tomar el tren de las siete y media con don Joaquín Berto, y siguió viaje hasta Parma. Allí bajaron (**Es10.427**))
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