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su inspección del Hospicio de San Miguel ((**It10.432**)) y sus
lógicas consecuencias, intentó hacerle comparecer
ante el Santo Oficio, tal vez para volver a hablar
de su librito sobre el Centenario de san Pedro,
que, en 1867, se había intentado poner en el
Indice. Se eligió a uno de los Oficiales de la
Sagrada Congregación, que le era benévolo, en la
confianza de que alcanzaría mejor el fin, para que
fuera a invitarlo. El buen Prelado fue una y otra
vez para cumplir el delicado encargo; y el Santo
respondió la una y la otra, que no tendría
dificultad en presentarse al Santo Oficio, si se
le invitara formalmente, exponiéndole la razón de
la llamada. Se consideró justa la respuesta; y ya
se pensaba en preparar y enviarle la invitación;
pero él, que había comprendido de qué se trataba,
salió de Roma.
Gran número de fieles le esperaba aquella
mañana para asistir a su misa en el templo de San
Pedro ad Víncula. Al saber que no iría y que
estaba a punto de salir de Roma, corrieron a la
estación, adonde llegaron antes que el Santo.
Cuando éste entró y vio tanta gente que le
esperaba se dirigió derecho al tren. Todos
corrieron tras él en masa y tanto forzaron que
rompieron la valla e irrumpieron en la vía,
pidiendo su bendición.
El quería librarse de ellos, pero se vio
obligado a ceder. Se oyó el silbido de la
locomotora anunciando la partida; se arrodillaron
todos de nuevo, y él tuvo que volver a
bendecirlos. Un grupo subió a toda prisa al tren
con el deseo de hablarle. Unos bajaron en las
primeras estaciones próximas, otros después, y
varios le acompañaron hasta Florencia.
Después de aquella exclamación, sin volver al
tema y sonriendo, invitóle el Papa a sentarse a su
lado y le preguntó acerca del duro asunto, a que
se había aprestado.
Don Bosco comenzó a contarle, punto por punto,
los coloquios tenidos con el Ministro de
Gobernación: sus poco hostiles disposiciones, la
promesa de impedir el cierre de algunos
monasterios y su apoyo a las negociaciones
relacionadas con el nombramiento de los obispos,
en la confianza de que la Santa Sede haría alguna
concesión. Contó cómo él había propuesto al
Gobierno que se conformase con que los elegidos,
en vez de ((**It10.433**)) enviar
la Bula, comunicaran su nombramiento, pero que
había sido rechazada la propuesta porque la
mayoría del Consejo no quería permitir que se
anulase la ley. Y concluyó diciendo que no
abrigaba buenas esperanzas, pero que de cualquier
modo que se desarrollaran las gestiones, él las
había hecho oficiosamente, y en nombre propio, sin
comprometer de ningún modo el del Sumo Pontífice.
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