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((**Es10.398**) su inspección del Hospicio de San Miguel ((**It10.432**)) y sus lógicas consecuencias, intentó hacerle comparecer ante el Santo Oficio, tal vez para volver a hablar de su librito sobre el Centenario de san Pedro, que, en 1867, se había intentado poner en el Indice. Se eligió a uno de los Oficiales de la Sagrada Congregación, que le era benévolo, en la confianza de que alcanzaría mejor el fin, para que fuera a invitarlo. El buen Prelado fue una y otra vez para cumplir el delicado encargo; y el Santo respondió la una y la otra, que no tendría dificultad en presentarse al Santo Oficio, si se le invitara formalmente, exponiéndole la razón de la llamada. Se consideró justa la respuesta; y ya se pensaba en preparar y enviarle la invitación; pero él, que había comprendido de qué se trataba, salió de Roma. Gran número de fieles le esperaba aquella mañana para asistir a su misa en el templo de San Pedro ad Víncula. Al saber que no iría y que estaba a punto de salir de Roma, corrieron a la estación, adonde llegaron antes que el Santo. Cuando éste entró y vio tanta gente que le esperaba se dirigió derecho al tren. Todos corrieron tras él en masa y tanto forzaron que rompieron la valla e irrumpieron en la vía, pidiendo su bendición. El quería librarse de ellos, pero se vio obligado a ceder. Se oyó el silbido de la locomotora anunciando la partida; se arrodillaron todos de nuevo, y él tuvo que volver a bendecirlos. Un grupo subió a toda prisa al tren con el deseo de hablarle. Unos bajaron en las primeras estaciones próximas, otros después, y varios le acompañaron hasta Florencia. Después de aquella exclamación, sin volver al tema y sonriendo, invitóle el Papa a sentarse a su lado y le preguntó acerca del duro asunto, a que se había aprestado. Don Bosco comenzó a contarle, punto por punto, los coloquios tenidos con el Ministro de Gobernación: sus poco hostiles disposiciones, la promesa de impedir el cierre de algunos monasterios y su apoyo a las negociaciones relacionadas con el nombramiento de los obispos, en la confianza de que la Santa Sede haría alguna concesión. Contó cómo él había propuesto al Gobierno que se conformase con que los elegidos, en vez de ((**It10.433**)) enviar la Bula, comunicaran su nombramiento, pero que había sido rechazada la propuesta porque la mayoría del Consejo no quería permitir que se anulase la ley. Y concluyó diciendo que no abrigaba buenas esperanzas, pero que de cualquier modo que se desarrollaran las gestiones, él las había hecho oficiosamente, y en nombre propio, sin comprometer de ningún modo el del Sumo Pontífice. (**Es10.398**))
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