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fundación, sino más aún, el resultado de la
inspección que él había realizado 1. La última vez
que don Bosco había estado en Roma, (enero y
febrero de 1870), no recibió los entusiastas
agasajos de los años anteriores y he aquí, en
breve, el porqué.
En 1867, ante el temor de una acción
revolucionaria sobre. Roma, él había dicho
claramente: <<íNo entrarán! Es más ((**It10.431**)) fácil
que los adoquines del pavimento de Roma se
levanten y choquen uno contra otro, que la
revolución entre ahora en Roma>>.
Pero sus palabras se referían solamente a los
intentos de invasión que entonces se hicieron,
pues eran muy otras sus previsiones para los años
siguientes. Ya el 19 de octubre del mismo año se
disculpaba con la condesa Callori por el retraso
de la impresión de un libro 2, y le decía: <>. Y no dio seguridad alguna sobre la
tranquilidad de Roma; pero con prudentes palabras
comenzó a dar a entender la posibilidad de una
ocupación. Ahora, todos los que la creían
imposible y, confiados en el veto y en las armas
de algunas potencias, se lisonjeaban también con
la esperanza de alguna portentosa intervención del
cielo, oían con disgusto aquellas palabras, y,
tercos en sus ideas, comenzaron a mirarlo con
desconfianza. El, al verse considerado como
profeta de mal agüero, ya no contestó directamente
a ciertas preguntas y, por cuanto le fue posible,
se abstuvo de aparecer en público.
Las cosas habían cambiado. Más de uno de sus
amigos y confidentes deseaba conocer los futuros
destinos de Roma, de Pío IX, y del poder temporal,
y él había dicho sin ambages que el Sumo Pontífice
celebraría su Jubileo Papal, y había asegurado que
superaría los años de san Pedro. Interrogado
acerca de los acontecimientos políticos, rehuyó
contestar directamente, pero dio a entender que
Napoleón abandonaría Roma retirando la guarnición
francesa, y dijo también claramente que entrarían
en ella los italianos.
Esparcióse la voz y esto contribuyó a dar
motivo a falsos juicios.
Tampoco le eran favorables todos los Prelados
de la Curia, ni le miraban con buenos ojos. Se
hablaba de gracias singulares obtenidas con sus
bendiciones y de la mucha gente que se agolpaba a
su alrededor como si fuera un taumaturgo. Algunos
no querían dar crédito a aquellas maravillas,
otros consideraban fuera de lugar aquellas escenas
en Roma, y hubo también quien, no habiendo
olvidado todavía
1 Véase: Memorias Biográficas. Vol. VIII, pág.
588.
2 El Católico instruido, publicado en 1868.
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