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iniciaron la conversación de las negociaciones
sobre los obispos y las sis vacantes. Hablaron de
la convención franco-italiana y de los últimos
sucesos de Roma. Y exclamó el Ministro:
-íMire, don Bosco, de no haber ido nosotros
allá, hubiera ardido toda la d!
-Eso no; respondió el Santo con franqueza;
créame, Excelencia, que también yo conozco Roma y
puedo asegurar que no había peligro alguno, ni
remoto siquiera, de que sucediera lo que S. E.
dice; intentemos por tanto atenuar la impresión
que han producido aquellos hechos en todo el mundo
católico.
->>De qué modo?
-Tenemos la Ley de garantías, que no debe ser
una burla. Es preciso que los obispos puedan ser
elegidos libremente por el Papa y que el Gobierno
les conceda las temporalidades, salvando así el
decoro de la Iglesia y dejando intactos sus
derechos. Por otra parte, aquí no se trata de
ninguna cuestión, de ningún interés político...
Parecía que el Ministro estaba de acuerdo y que
trataba amigablemente de penetrar en sus puntos de
vista, hasta asegurando que, por su parte, no
habría oposición alguna. Don Bosco lo exhortó
también a procurar que se desistiese del propósito
de suprimir algunas diócesis, pues corrían voces
de querer llegar a aquella odiosa medida, que
sería un obstáculo más par alcanzar un feliz éxito
en el asunto. El, mientras tanto, no dejaría de
prestar sus buenos oficios ante la Santa Sede, en
el caso de que fuera posible llegar a un arreglo.
Durante aquel tiempo fue llamado el Ministro.
Graves asuntos habían obligado a que se reuniera
el Consejo de Ministros, presidido por el mismo
Rey ((**It10.427**)) en
persona. Don Bosco se quedó solo en la sala, por
más de una hora.
Volvió Lanza y le comunicó que el Consejo de
Ministros no se oponía a la elección de los
obispos, pero antes se quería tratar de las
circunscripciones de algunas diócesis, porque eran
muy pequeñas. Evidentemente se trataba de
incautarse de sus bienes.
El Santo contestó claramente que jamás de los
jamases habría intervenido él en asuntos de tal
género y, que si se querían sentar semejantes
precedentes, dejaría también de interesarse por
los nombramientos de los obispos; que él no era un
embajador extraordinario, ni le correspondía dar
consejos al Papa y sólo se interesaba por el
nombramiento de los obispos y por el bien de
muchas poblaciones privadas de Pastores. Por otra
parte, que no era honroso, ni siquiera para el
Gobierno, entremeterse en semejantes intrigas que
habrían
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