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el Papa proceder a ello, y conceder a los nuevos
nombrados las temporalidades, y que éste sería un
acto de buena política.
Con estas ideas escribió al ministro de
Gobernación, Juan Lanza, Presidente del Consejo de
Ministros, el cual aceptó al momento estudiar la
propuesta, anhelando también él demostrar a Italia
y a las demás naciones que no era imposible una
conciliación con la Santa Sede.
Don Bosco había ya resuelto marchar a Roma para
ofrecer sus respetos al Padre Santo con ocasión de
su Jubileo Pontifical, pasando por Florencia para
hablar con el ministro Lanza. El 20 de junio
recibió del Ministro la invitación para
encontrarse, sin falta, dos días después en
Florencia: así que partió el 22 por la mañana,
pues le había fijado la entrevista para aquel día
por la tarde.
Llegó a las diecinueve treinta y cinco e
inmediatamente fue a ver al Ministro. Doquiera se
presentaba, era recibido siempre con respeto,
hasta por las personas de más alta categoría, pues
su porte, ajeno a toda afectación, inspiraba
enseguida reverencia y, como era franco y claro en
su palabra, sabía hermanar la sencillez del trato
y de las palabras con el debido respeto a su
dignidad, mas sin servilismo; más aún, les decía,
a veces, la verdad con tanta franqueza, que, según
la prudencia humana, se hubiera clasificado de
temeridad y, sin embargo, lo que decía era siempre
bien recibido.
Lanza conocía a don Bosco hacía mucho tiempo y
le esperaba con gran satisfacción.
Recordaba que había tratado con él en 1865;
nunca había olvidado una respuesta suya, que más
de una vez repitió a los colegas, provocando la
risa de todos: -Le pregunté a don Bosco, decía,
cómo se las componía para seguir adelante, sin
medios, con tantos muchachos como tenía que
mantener; y él me contestó que tiraba adelante
como el tren, haciendo puf, puf, o, lo que es lo
mismo, deudas. Yo le repliqué que también nosotros
vamos así; íy él quedó muy satisfecho de que yo le
comparara con el reino de Italia!
Tan pronto como se anunció la presencia de don
Bosco ((**It10.426**)) en la
antesala, salió presurosamente el Ministro a su
encuentro, hízole entrar en el despacho y le
invitó a sentarse. El Santo, antes de tomar
asiento, se detuvo en mitad de la sala y le dijo:
-Excelencia, le agradezco me haya concedido
esta audiencia. Comprenderá la razón que me trae.
Yo deseo el bien de la Iglesia y el del Estado;
pero creo que S. E. sabe quién es don Bosco y, por
tanto, también sabrá que, antes que nada, soy
católico.
-Sí, sí, contestó cortésmente el Ministro;
ísabemos que don Bosco es más católico que el
Papa!
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