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en Roma y ordenara las acostumbradas salvas de
artillería. Díjome el Rey añadiera a V. E. que
sería óptima la impresión que esto causaría y que
los miles de forasteros, que en esta ocasión se
encuentren en Roma, testigos de este gran gesto
del Gobierno, no dejarían de aplaudir...>> 1.
Por el contrario, los que mandaban, maniatados
y dominados por los sectarios, no lograron
compartir el parecer del Rey; más aún, permitieron
que prevaleciera la opinión contraria, y
sucedieron cosas que parecen increíbles.
En muchos lugares se negó el permiso para
iluminar las fachadas, se amenazó a los
predicadores que hubieran exagerado en sus
discursos, y se intentó procesar a sacerdotes, que
recogían firmas para el testimonio de adhesión a
presentar al Padre Santo y se maltrataron los
mismos volúmenes de las firmas. La Comisaría de
Policía de Bolonia amenazó con encarcelar a los
primates de la ciudad. Unos cincuenta hombres
armados invadieron en Padua ((**It10.420**)) el
templo, abarrotado de gente, y con gritos
frenéticos ahogaron la voz del predicador y
echaron violentamente a los fieles. En Parma
armaron un gran tumulto en la iglesia de San Juan,
gritando: << íAbajo el Papa! íMueran los
católicos! íViva la revolución!>> En Florencia
hicieron estallar un petardo en la catedral,
algunos sacerdotes quedaron heridos en la calle y
una horda de facinerosos, exacerbada por los
aplausos del pueblo a su querido arzobispo
Limberti, prorrumpió en gritos y asaltó,
afortunadamente en vano, porque el pueblo se
levantó en su defensa, la carroza y el palacio
arzobispal.
En Génova, en Pistoia y en muchos otros lugares
el populacho rompió los cristales de las casas,
que habían puesto iluminación.
También en Turín apedrearon durante varias horas
las ventanas del marqués Fassati y del general
Adolfo Campana 2.
Naturalmente el Gobierno no se atrevió a
impedir la entrada de los peregrinos que iban a
Roma, pero prohibió a los ferrocarriles reducir
las tarifas y atestó la capital de carabineros,
policías y guardias municipales, armados de
revólver, y de patrullas de caballería y de la
guardia nacional. Se reclutó, además, toda una
falange de gente perversa, con libertad para
atreverse a todo en aquellos días.
En efecto, los peregrinos fueron recibidos en
la estación <>
1 Véase: ENRIQUE TAVALLINI, La vita e i tempi
di Giovanni Lanza, vol. II, pág. 426.
2 El general Campana murió aquel mismo año y
quiso confesarse con don Bosco. Llamáronle
urgentemente y le asistió hasta que exhaló el
último respiro, como contaba don Miguel Rúa, que
le acompañó y esperó en la antesala hasta haber
cumplido aquella obra de caridad.
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