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trataba de una verdadera endemoniada, llamó aparte
a don Bosco y le dijo muy bajito al oído, de modo
que apenas podía oírsele:
->> Voy a la sacristía en busca de roquete y
estola... ?
Nada más decir estas palabras, la pobrecita
lanzó un alarido desesperado, gritando:
-íNo, no!
Don Bosco la bendijo, mientras ella se tapaba
los oídos con las manos para no oír. Comenzó a
hacer mil gestos maniáticos y mil muecas extrañas,
porque le parecía ahogarse, hasta que, hecha un
ovillo, se echó a tierra escondiéndose la cara y
sin dejar de ((**It10.29**)) gritar:
-íNo, no diáu, diáu! Cuntacc ((**It10.ídiablo, diablo! Mal
rayo**)).
Después comenzó a gruñir como un cerdo y a
maullar como un gato; daba la impresión de que la
ahogaba el espíritu del mal. Con increíbles
esfuerzos se logró que besara la medalla y,
concluida la bendición, quedóse enseguida en
calma.
Respondió a las preguntas que se le hicieron y
dijo que llevaba tres años tan atormentada que, si
no iba a recibir cada quince días la bendición del
párroco, tenía la sensación de que la ahogaban. Y
siguió diciendo:
-<>.
Al salir de la habitación ya iba tranquila. Don
Bosco le prometió que, cuando fuera a Lanzo,
pasaría a verla en Mathi, o, al menos, preguntaría
por ella. Díjole que besara a menudo la medalla de
María Auxiliadora y rezara el avemaría, que el
Señor le daba con aquellas vejaciones un medio
para ganar muchos méritos. La pobre mujer siguió
presentándose de cuando en cuando a recibir la
bendición y el 2 de enero de 1883 estaba casi
completamente libre de la grave tribulación; no
experimentaba ya, por lo menos externamente,
repugnancia ni dificultad alguna al presentarse a
don Bosco ni al recibir su bendición. Así nos lo
contó don Joaquín Berto, que fue testigo de estos
hechos.
Era tan grande el aprecio y, digámoslo sin
ambages, la veneración que gozaba en el Vaticano,
que el Papa le pidió un informe de aquellos años,
cuyo fin no se veía.(**Es10.38**))
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