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Don Bosco había anunciado a primeros de año que
morirían cinco y, en efecto, ya habían fallecido
algunos. El buen Padre fue a visitarlo y lo
bendijo. Marcelo, que sospechaba era uno de los
cinco, le rogó que le dijera francamente, y sin
miramientos, si estaba realmente en el número de
los que iban a morir porque se sentía bien
dispuesto a ello.
Miróle don Bosco amablemente y exclamó:
-íQueda tranquilo; tienes que ayudarme todavía
a salvar muchas almas!
Sanó y le nombraron portero del Oratorio, puesto
que ocupó durante más de cuarenta y ocho años
realizando, al mismo tiempo, con admiración de
todos, un verdadero apostolado.
Aquel mismo año cayó gravemente enfermo el
clérigo Moisés Veronesi. No había esperanzas de
salvarlo. Don Miguel Rúa escribió a don Bosco, que
se encontraba en Liguria, rogándole enviara una
bendición para el enfermo. Y don Bosco, después de
leer la carta, exclamó:
-íLe envío la bendición, pero no el pasaporte!
Moisés curó perfectamente y, más tarde,
hablando con don Bosco de la curación obtenida,
oyóle exclamar:
-íTú pasarás de los setenta y dos años!
En efecto, don Moisés Veronesi murió el 3 de
febrero de 1930 a la edad de setenta y nueve años.
Probablemente, en el instante en que hacía esta
afirmación, el Santo tenía ((**It10.26**))
presente en su mente que él apenas si llegaría a
los setenta y dos...
La fama de las muchas gracias que se obtenían
con sus bendiciones y oraciones, se había
extendido por todas partes.
Había en San Pier d'Arena una pobre mujer, que
tenía un hijo paralítico; al enterarse de que don
Bosco estaba en el Hospicio de San Vicente de
Paúl, tomó al niño en brazos y fue corriendo al
Hospicio para presentárselo y que lo bendijera.
Eran muchísimos los que querían hablar con él y
esperó pacientemente hasta el momento en que le
dijeron que don Bosco iba a marchar. Lanzó
entonces un grito de desesperación. En aquel
momento don Bosco salía y se acercó a ella,
bendijo al niño y le obligó a santiguarse con el
brazo derecho enfermo. íHabía curado
instantáneamente!...
Así se lo contaba a don Juan Bautista Lemoyne
el genovés señor Bruzzo, de ochenta años, el cual
lo había sabido por una nieta suya, testigo ocular
del prodigio.
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