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señora. Yo puedo asegurarle que mi suegro le
hubiera dado la cantidad pedida, si el
establecimiento se hubiese instalado en Génova,
pero no fuera de la Ciudad; por lo que cualquier
cantidad que mi esposa le entregase, sería
totalmente una donación suya personal y
voluntaria.
Cita usted en su posdata el texto que obliga a
dar lo superfluo a los pobres y esto tranquiliza
perfectamente nuestra conciencia, puesto que le
repito, por escrito, que la herencia del marqués
Pallavicini no nos aporta nada superfluo, antes al
contrario, hemos de sustraer fondos de los
capitales y enajenar bienes para cumplir deberes
de justicia, como pagar a los obreros, etc., etc.
Me halaga pensar que, después de tan francas y
sinceras palabras, usted nos disculpará si no
podemos hacer nada en favor de su establecimiento.
Con todo mi aprecio, me profeso su
Seguro servidor
MARCELO DURAZZO
((**It10.366**)) Mas no
vaya nadie a pensar que los marqueses Durazzo
Pallavicini no estuvieran movidos por una
cristiana y generosa caridad.
Unos años después, en julio de 1889, cedían a
los nuestros, a reducidísimo precio, una propiedad
colindante con el Hospicio de San Pier d'Arena,
que proporcionaba una superficie suficiente para
duplicarlo, junto con una casa de campo, en cuyo
salón se instaló la capilla para el Oratorio
Festivo.
Para adquirir la iglesia de San Cayetano y el
convento anejo se necesitaban más de treinta y
seis mil liras, pagaderas al contado. La baronesa
Cataldi, cuñada del senador José Cataldi, que nos
había alquilado la quinta de Marassi, al ver el
bien que se hacía en el instituto, ofreció
generosamente las treinta mil liras necesarias
para la compra. El Arzobispo entregaría las cuatro
mil necesarias para gastos accesorios. Don Bosco,
que se enteró de la feliz solución, se trasladó de
Alassio a Génova para formalizar la operación, dar
gracias al Arzobispo y a sus bienhechores y
visitar el local adquirido.
La iglesia, dedicada a San Juan Evangelista,
por disposición testamentaria del marqués Juan
Bautista del Negro, genovés, había sido levantada
por el marqués Cristóbal Centurione, su cuñado.
Durante dos siglos, desde 1597, en que se abrió al
culto divino, hasta 1796, fue ocupada por los
padres Teatinos, fundados por san Cayetano de
Thiene y Pedro Caraffa. Aunque estaba dedicada a
san Juan Bautista, se llamaba iglesia de San
Cayetano. Conservó también el mismo nombre cuando,
entre otras vicisitudes, fue cedida al gobierno
francés y después al Rey de Cerdeña, el cual la
confió a los Canónigos Regulares de Letrán de
Santa María Coronada y San
(**Es10.337**))
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