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((**Es10.336**) Vicente, intentó don Bosco, ante todo, adquirir una antigua casa a poca distancia del actual Hospicio, casi en mitad de la colina, pero inútilmente. Entonces se pusieron los ojos en el antiguo convento e iglesia aneja de San Cayetano, pero tampoco tuvo éxito este intento, a pesar del cordial tesón por parte del muy caritativo príncipe Víctor Centurione. Se iniciaron otras gestiones, pero todas sin resultado positivo. Era evidente que el demonio no cejaba en su oposición a cualquier traslado, previendo el bien que iba a hacerse con la nueva fundación. Pero he aquí que, al poco tiempo, triunfaron los pacientes trabajos y la ilimitada confianza del Santo y de sus amigos en la ayuda de la divina Providencia, con un suceso tan inesperado como para dar a conocer a todos su intervención. El marqués Martorelli d'Efivaller era propietario de la iglesia de San Cayetano y del convento contiguo, y alquien le pidió estos locales para destinarlos a uso profano. Dirigióse él al Arzobispo, ((**It10.365**)) monseñor Magnasco, proponiéndole la adquisición de la iglesia para que siguiera dedicada al culto divino; y don Juan Antola, que, junto con el presbítero Ricchini, prestaba a los nuestros la más cordial cooperación en estas gestiones, apenas supo la propuesta del Marqués, no descansó hasta ver que la iglesia y el convento eran cedidos a don Bosco. Este elevó enseguida la propuesta de adquisición a monseñor Magnasco, el cual la aceptó muy gustoso, de modo que no faltaba más que firmar el contrato y encontrar el dinero necesario. El marqués Ignacio Pallavicini, que el 9 de septiembre de 1871 le había prometido la limosna de mil liras al año, cuando fundara una casa salesiana en Génova, había muerto. Don Bosco acudió a los herederos, rogándoles que secundaran las intenciones del generoso difunto, pero éstos no se consideraban ligados a ninguna obligación y contestaban francamente: Génova, 14-5-1872 Muy reverendo Señor: Hace ya unos días que tenía intención de responder a la última carta de V. S. M. R. dirigida a mi esposa. Algunas ocupaciones me lo impidieron hasta este momento y le pido perdón por el retraso. Ante todo permítame manifestarle, también en nombre de mi esposa, nuestros más cordiales sentimientos de agradecimiento por su bondad al recordarnos en sus oraciones, y tenga la seguridad de que le quedamos muy reconocidos por ello. En cuanto a la ayuda de las mil liras, de que habla en su apreciada carta, paréceme advertir, y no sin pena, que usted presta poca fe a las palabras y a la carta de mi (**Es10.336**))
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