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Turín. 25-3-1872
Ilmo. Señor Conde:
Vayan por delante mis disculpas por el retraso
en contestar. Dígole que a su debido tiempo recibí
su atentísima carta con los periódicos y la
relación auténtica de la famosa discusión. La
leímos en público y en privado y, mientras
alabamos la verdad triunfante, nos sentimos
vivamente indignados por la audacia con que los
enemigos de la religión y de la sociedad osaron
proponerla y defenderla con tantas mentiras.
Le agradezco todo cordialmente. Usted añade la
exquisita bondad de ofrecerse para lo que pueda
sucedernos en Roma. Haré como usted dice, que
dentro de poco me encontraré en el caso de tener
que aprovechar su amable ofrecimiento.
Bendígale Dios, señor Conde; bendiga sus
trabajos y a toda su familia. Ruegue por mí, que
con profunda gratitud me profeso,
De V. S. Ilma.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
Pues bien, sucedió que en el tren en que
viajaba don Bosco, y precisamente en el trayecto
de Savona a Albenga, un joven abogado, de aire
ingenuo, comenzó a hablar acaloradamente sobre la
discusión, defendiendo la posición de los
protestantes.
Don Bosco dejó que hablara un rato; después
intervino cortésmente:
-Señor, usted afirma que conoce bien la
cuestión, y yo opino en contra: >>quiere usted,
pues, oponerse, o prefiere que le exponga
simplemente lo que es conforme a la verdad? Diga
lo que más le guste.
Púsose el abogado a hacer objeciones, y don
Bosco se las fue rebatiendo, exponiendo claramente
el hecho de la venida de ((**It10.363**)) San
Pedro a Roma. Presentóle las pruebas de los
historiadores de los primeros siglos del
Cristianismo, de la constante tradición hasta
nuestros días, y de los monumentos que la
recuerdan en la Ciudad eterna, de suerte que el
abogado se dio francamente por vencido y, al fin,
le preguntó cortésmente cómo se llamaba. El
respondió:
-Soy el sacristán de la iglesia de María
Auxiliadora en Turín.
Al oír esta declaración, una señora que había
seguido atentamente la conversación, comprendió al
vuelo quién era, y exclamó:
-íUsted es don Bosco!
Hizo éste un ademán afirmativo, y ella siguió:
-íYo he ido a ver su iglesia!
Y el abogado, iluminado su rostro ante la
satisfacción del encuentro, le dijo:
-íYo he estudiado su Historia de Italia!... íY
conozco también su Historia Eclesiástica y su
Historia Sagrada!
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