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repleto, habían pensado compartir su dinero con
los que carecían de él. Hubo uno entre estos
caritativos, Segundo Amerio, de quinto de
bachillerato, el cual, después de haber hecho su
reparto, se encaminaba, ((**It10.329**)) alegre
y satisfecho, a comprar tal vez algún recuerdo
para su madre, con lo que le quedaba. Pero he aquí
que, al acercarse al puesto de libros, vio allí al
lado, como escondido por vergüeza, a un compañero
de su curso, muy triste y casi a punto de romper a
llorar.
->>Qué tienes? >>Por qué estás tan triste,
amigo Domingo?..., le preguntó Amerio.
-No tengo ni un céntimo para gastarlo con mis
amigos; mi madre es pobre, mi padre ha muerto.
>>Cómo puedo estar alegre?...
Al oír estas palabras, Amerio olvidó el
donativo y los libros que iba a comprar; sacó las
seis liras que todavía le quedaban, puso tres en
manos del pobre Domingo y le dijo:
-Toma, estas tres las envías a tu madre; las
otras vamos a gastarlas nosotros dos.
íY siguieron juntos todo el día! El buen Amerio
tenía dieciséis años, estudiaba aún el
bachillerato, pero ya era novicio de la Pía
Sociedad; el año 1878 llegaba al sacerdocio, y
cuatro años más tarde volaba su alma al cielo.
El día de María Auxiliadora, escribía don Bosco
a la señora Luisa Radice Vittadini, de Milán:
Turín, 24-5-1872
Muy Señora mía:
He recibido la limosna que me ha enviado de
cien liras. Se la agradezco en el alma; que Dios
le dé el céntuplo. He rezado y seguiré rezando por
su perfecta salud, por su niña y por la
conservación de su señor marido. Espero poderles
saludar personalmente dentro de poco.
Que Dios bendiga a usted y a toda su familia.
Créame
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
P.D.-Tenga la seguridad de que la Virgen la
escuchará.
En sus viajes a Milán, solía visitar también a
esta bienhechora. Aquel mes, ignoramos por qué
motivo, tuvo que ir a Milán.
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