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Llegaron a la plaza de María Auxiliadora. Tal y
como él había indicado, no se le tributó ningún
recibimiento solemne, ni sonó la banda. Entró en
el Santuario por la puerta principal, en compañía
de los Superiores. En el templo le esperaban los
alumnos, otras piadosas personas y muchos
bienhechores. Apenas puso los pies en el
presbiterio, entonó Buzzetti el salmo Laudate,
pueri, Dominum, y él, arrodillado ante el altar de
María Auxiliadora, cercado por los superiores, con
el rostro encendido de amor santo, oró durante
largo rato.
Después se levantó, se acercó a la balaustrada
y, desde allí y en silencio, estuvo contemplando
fijamente unos instantes a sus amados hijos con la
más viva complacencia. Una profunda emoción
invadió el corazón de todos. También él, sumamente
impresionado, tomó la palabra, o mejor pronunció
unas palabras, casi entrecortadas: dio las gracias
por todo lo que habían hecho para que el Señor le
conservara la vida, recomendó que siguieran
pidiendo por él, y, al mismo tiempo, agradecieran
a María Auxiliadora los innumerables favores
concedidos al Oratorio... Y calló. Quería añadir
otras palabras, mas no le fue posible, su corazón
no resistía la riada de afectos que en él se
agolpaban. Hizo un ademán de saludo y se retiró.
Tan pronto como comenzó a hablar y oyeron los
alumnos aquella voz tan deseada, pero apagada y
algo fatigada, cerraron ((**It10.310**)) sus
ojos arrasados en lágrimas, y no volvieron a
levantarlos hacia don Bosco en aquel momento.
Salió al patio. Le acompañaban también en
silencio los Superiores, y él, al ver tanta
emoción, volvióse a don Miguel Rúa y a don Juan
Bonetti; y empezó a decir sonriendo:
-J' l'hai gia fam, e ti t'am das anc“ra nen da
mangé?... (Yo tengo hambre ya, y >>tú no me das
todavía de comer?).
Enría, como fuera de sí, se había quedado de
rodillas en el presbiterio. Tomóle Buzzetti por un
brazo y le acompañó hasta el comedor, donde don
Bosco, al verlo con los ojos enrojecidos, le
preguntó:
->>Por qué lloras? >>No estás contento?
-Demasiado, contestó Enría.
Y se echó a llorar, mientras los ojos de don
Bosco se arrasaban también en lágrimas.
Pasada aquella emoción general, fueron
indescriptibles y desbordantes de santa alegría
las fiestas que se desarrollaron aquellos días, de
acuerdo con el programa establecido.
El día 16 se celebró la conferencia general
para los Salesianos del
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