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Aquel mismo día anunciaba oficialmente su
regreso y las modalidades con que quería ser
recibido, en una ternísima carta a don Miguel Rúa:
Mi querido Rúa:
La gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté
siempre con nosotros. Es tiempo, queridísimo Rúa,
de que te escriba algo en concreto para
participárselo a nuestros amados hijos de la
Congregación y del Oratorio. Gracias a las muchas
oraciones, mi salud se encuentra en condiciones de
poder comenzar a hacer algo, teniendo algunos
cuidados. El próximo jueves, día 15, segundo día
de cuaresma, Dios mediante, estaré en Turín.
Siento gran necesidad de ir ahí. Vivo aquí con el
cuerpo, pero mi corazón, mis pensamientos y hasta
mis palabras están siempre en el Oratorio, en
medio de vosotros. Este es mi flaco, pero no lo
puedo remediar.
Llegaré a las doce y veinte del mediodía, pero
deseo no se hagan recepciones, con aclamaciones,
música y besamanos. Esto podría perjudicarme en el
estado en que me encuentro. Entraré por la puerta
principal de la iglesia para ir enseguida a dar
gracias a Aquel a quien debo mi curación; después,
si puedo, diré unas palabras a los jóvenes; de no
ser así, las dejo para otro momento e iré al
comedor.
Cuando des estas noticias a nuestros queridos
hijos, les dirás que agradezco a todos, de
corazón, las oraciones que han hecho por mí; que
doy las gracias a todos los que me han escrito y
particularmente a los que ofrecieron su vida por
la mía. Sé sus nombres y no los olvidaré. Cuando
esté entre ellos, espero poder decirles toda una
serie de cosas, que aquí no puedo exponer.
Dios os bendiga a todos y os dé salud duradera
con el precioso don de la perseverancia en el
bien. Recibid los saludos de los hermanos de
Alassio y seguid rezando por mí, que, con todo
afecto, me profeso en Jesucristo.
Alassio, 9-2-1872.
Vuestro afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
P. D.-Dime si hace mucho frío, y si se celebra
el domingo 18 la fiesta de san Francisco de Sales.
((**It10.306**)) Al día
siguiente emprendió el viaje de vuelta.
<>.
En efecto, salió de Alassio, despedido por el
párroco Della Valle, algunos señores de la Ciudad
y todos los alumnos, alineados en el patio. Se
detuvo en Albenga, donde el obispo, monseñor
Anacleto Siboni, le recibió con júbilo, quiso que
se quedara a comer y se entretuvo
(**Es10.282**))
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