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las casas religiosas de la ciudad. íQué bien rezan
estas buenas y queridas almas!
>>He ido a ver al Arzobispo, que está muy
preocupado por su estado, y él también reza mucho
por su salud. Recemos y esperemos. Si vieras algún
peligro, comunícamelo privadamente, pues yo
partiría enseguida.
>>A menudo voy a ver a la condesa Corsi,
nuestra Abuela, para consolarla; y tengo que
reprimir mi pena para atenuar la suya...>>.
Monseñor Gastaldi, al ver el bien que hacía la
obra de don Bosco, pareció acariciar aquellos días
el plan de hacerla diocesana. Hablando con don
Juan Cagliero, le había preguntado:
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->>Cuántos sois los miembros de la Sociedad que
estáis firmes y resueltos en la vocación?
-Todos los directores, contestó Cagliero.
->>Y los demás?
-Hay más de ciento cincuenta que son fieles a
sus promesas y quedarán.
->>Y si muriera don Bosco?
-Buscaremos un tío que le suceda.
-Bien, bien; pero esperemos que Dios lo
conserve.
Le pareció a don Juan Cagliero que, en el caso
de que don Bosco hubiese muerto, entonces creía
Monseñor que los Salesianos se habrían dirigido a
él para su dirección, y cortó el diálogo. Al salir
del palacio arzobispal, se encontró con el
canónigo Marengo y le contó la conversación tenida
con el Arzobispo. El Canónigo, que conocía sus
ideas, exclamó, emocionado y alegre.
-El Señor le bendiga; su respuesta ha impedido
todo ofrecimiento, que hubiera sido perjudicial
para la Congregación.
Por aquellos días don Bosco seguía mejorando.
<>.
Uno de aquellos días decía el Santo al
enfermero, sonriendo:
-Mira qué malo es don Bosco: ícambia hasta la
piel! íMala piel la mía! >>Ves la nueva? Ya
veremos si ésta es más fuerte y capaz de aguantar
mejor que la otra los vendavales y tempestades,
que ahora se desencadenan en el mundo. Pero confío
que Dios la hará resistente,
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