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((**Es10.23**)religiosa s excelentes, sin más ansias en su vida humilde y recoleta que la de crecer en el amor de Dios. Supo don Bosco su deseo y, cuando fue a Alassio, accedió bondadosamente, pero a condición de que, al confesarse, no pasara ninguna de los tres minutos. Las monjas aceptaron; y él, después de obtener la licencia del Obispo de Albenga, fue a confesarlas. Ciertamente no era tan fácil la cosa; escrúpulos y angustias de espíritu también se encuentran en los claustros. Sin embargo, pasaron los tres minutos, y apenas dijo íbasta! a la primera, ésta se calló. Lo mismo sucedió con la segunda, la tercera... y con todas hasta la última. Alguna, al oír <>, insistía diciendo <>, mas luego también ella se rendía. Evidentemente también en aquella ocasión leía claramente en las conciencias. A su palabra, quedaron tranquilas y obtuvieron la más completa satisfacción y la más suave alegría. En los viajes que hizo por aquellos años a Roma, preguntóle el Papa: ->>Confesáis vos también en Roma? -Si Su Santidad me da licencia, confesaré, respondió. -Pues bien, confesadme también a mí. Se arrodilló y se confesó. Y así lo hizo otras veces. Años después, contaba don Bosco confidencialmente el hecho a don Joaquín Berto y ponía de relieve la divina institución del Sacramento, por lo que también el Papa se confiesa como un simple cristiano. Entre las Memorias, recogidas por Lemoyne, y clasificadas por él mismo con las de 1871, hay una espléndida prueba de la decidida caridad de don Bosco para confesar a un joven de veinte años, ((**It10.13**)) huérfano de padre y madre, que había estado algún tiempo en el colegio de Lanzo y era, a la sazón, estudiante de medicina. Murió, como consta en el Registro Municipal (Año 1869, n.° 2566), el 16 de septiembre de 1869. Es tan interesante la narración inédita que no podemos pasarla por alto. A fines de agosto de 1869, vivía César Bardi en casa de su tutor, <>, cerca de la iglesia parroquial de los santos Simón y Judas. Estaba ya en las últimas, pero no se pensaba, o mejor, nadie quería llamar al sacerdote para administrarle los últimos sacramentos. íDecían que no era conveniente difundir entre los vecinos una noticia que, sin duda, resultaría desagradable para la gente alegre! Sin embargo, se había corrido la voz del grave estado del pobre joven; el párroco intentó verle en dos ocasiones, pero no le permitieron la entrada. Afortunadamente una(**Es10.23**))
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