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las que se hacen en los retiros y las de los
bienhechores, el Señor tendrá compasión de
nosotros y, si es para nuestro bien, nos lo
conservará todavía por muchos años. Tengo la firme
esperanza de que el Señor nos castigue teniéndonos
enfermo por algún tiempo a nuestro querido don
Bosco, porque ((**It10.243**)) no le
amamos como se merece; por eso recemos y
prometamos con todas nuestras veras amarlo más,
pues Dios nos escuchará devolviéndole pronto la
salud.
>>La señora Rúa va mejor; esta mañana fue a
misa>>.
3. Oraciones y holocaustos
Don Miguel Rúa envió enseguida a Nizza la carta
dirigida a don José Lazzero con estas palabras:
<>.
Al mismo tiempo, comunicó el telegrama de la
cuarta erupción a todos los Directores, implorando
oraciones comunitarias y privadas. La triste
noticia suscitaba generosos holocaustos.
Por aquellos días (no sabemos el día exacto,
pues no se dio noticia de ello a Turín, ni a las
otras casas, para no alarmar excesivamente), don
Bosco mismo se vio también en peligro próximo de
muerte y quiso confesarse con el párroco de San
Ambrosio, don Pablo Mombello, que iba con
frecuencia a visitarle; y <>-Hazme el favor de pedir unos manteles y
prepara un bonito altarcito, donde colocar el
Santísimo.
>>Mientras yo preparaba lo necesario, él rezaba
y ícon qué fe! Parecía un santo preparando su
corazón para recibir dignamente a su Jesús. Cuando
oyó la campanilla sufrió una sacudida y, al ver
que entraba Jesús en su habitación, hizo un gran
esfuerzo y se incorporó cuanto pudo. El rostro de
don Bosco se había encendido con el gran deseo de
recibir pronto a Jesús; ya no parecía de este
mundo; su fisonomía se volvió serena, radiante. Yo
estaba de rodillas junto a la cama y ((**It10.244**))
advertí todo. Yo pensaba en aquel momento que
aquella comunión de don Bosco podía ser la última,
y era tal el dolor que
(**Es10.228**))
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