((**Es10.22**)
-Si quiere, puede presentarme ahora la
cuestión; estoy dispuesto a contestarle
inmediatamente.
-No; me gusta hacer las cosas sosegadamente.
Volvió don Bosco unos días después, y el
Cardenal comenzó diciendo:
-He aquí mi preocupación. Nos encontramos
frecuentemente en Roma religiosos y sacerdotes que
se distinguen por algún don sobrenatural; en
cambio, casi nunca tenemos monjas, y eso que hay
tantas, a quienes Dios favorezca con dones
semejantes. Hay muchísimas que son piadosas, todo
lo santas que se quiera, pero no hay en ellas nada
extraordinario. >>Qué dice don Bosco a esto?
>>Cuál es la causa y cuál es el remedio?
-Es fácil hallar la causa y también el remedio.
En muchísimos conventos de Roma cada monja tiene
su propio confesor y, a veces también, otro
director espiritual a su elección. Vuélvase a
poner en vigor la regla, que rige en todas partes
fuera de Roma, a saber, un confesor fijo ordinario
para todas, elegido por el superior; uno
extraordinario cada seis meses y durante los
ejercicios espirituales de cada año. Prohíbase que
se confiesen con quien quieran, y entonces se verá
florecer de nuevo en ellas la santidad
extraordinaria con dones sobrenaturales.
Reflexionó un rato el Cardenal y dijo:
-Lleváis razón; pero quien quisiere introducir
esta reforma levantaría un terrible avispero que
produciría muchos inconvenientes y tal vez ningún
fruto.
-íMas no le quepa duda de que la causa es ésta!
Era, al mismo tiempo, de una discreción
exquisitamente paternal. Sigue diciendo don Miguel
Rúa:
-<((**It10.12**))
mortificaciones penosas, solía conmutarlas por la
mortificación de los ojos, la lengua, la voluntad,
o por ejercicios de caridad; a lo sumo, permitía
que dejaran la merienda o parte del desayuno>>.
Era, además, muy breve cuando amonestaba o
aconsejaba, y siempre en el momento más oportuno.
Las Clarisas de Alassio, que habían oído hablar
de su santidad, concibieron el deseo de confesarse
todas una vez con él. Eran unas(**Es10.22**))
<Anterior: 10. 21><Siguiente: 10. 23>