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Las buenas religiosas fueron visiblemente
protegidas por Dios; cuando don Bosco recibió la
agradable noticia, junto con una limosna como
muestra de gratitud, escribía pidiendo un informe
detallado de los hechos.
Reverenda Madre:
He recibido su carta anterior, y ahora la
presente, con los seiscientos francos más la
ganancia que sacaremos por el precio del oro. Deo
gratias! Llegaron en un momento de grandísima
necesidad.
Y ahora el ruego de un favor que me interesa
muchísimo. De sus líneas deduzco que la mano del
Señor ha intervenido sensiblemente en la salvación
de sus casas en París. Me gustaría que se
conservase el recuerdo de todo ello y fuera como
la prenda de otras gracias que la Santísima Virgen
concederá ciertamente a ese benemérito Instituto.
Ruégole, pues, que, para mayor gloria de Dios y de
su Augusta Madre, me escriba una relación lo más
extensa y pormenorizada que le sea posible. Yo la
guardaré como monumento de las glorias de María y,
si llegara el caso de que se quisiera publicar, no
lo haré sin ((**It10.212**)) hablar
antes de ello con usted. Creo que conviene notar
cómo apenas se desataron las calamidades sobre
Francia y amenazaban los males a París, comenzaron
las oraciones especiales de nuestros muchachos
ante el altar de María Auxiliadora y las
continuaron hasta cesar todo peligro, en cuyo
momento se cantó un solemne Te Deum en acción de
gracias.
Demos gracias por todo ello a Dios y a su
Santísima Madre, y desciendan siempre las
bendiciones del cielo sobre usted, sobre la Madre
General y sobre todo el Instituto. Con toda
gratitud créame de V. S. M. Rvda.
Turín, 16-6-1871.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
P. D.-Si necesita algo para Roma, puede
pedírmelo.
El 25 de agosto volvía a escribirle la madre
Eudoxia:
<>.
A la veneración universal de que era objeto,
hay que añadir la confianza con que las
autoridades acudían a él en todo momento. He aquí
unas pruebas, espigadas en documentos auténticos
de 1871.
El alcalde, conde Rignon, rogábale el 25 de
enero que aceptara tres hijos de la pobre viuda de
un calderero en la fábrica de armas;
dos de ellos, Antonio y Santiago Fornara, entraban
en el Oratorio el
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