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Así le decía a don Ramón Angel Jara, más tarde
Obispo de San Carlos de Ancud y de La Serena
(Chile).
No perdía ninguna ocasión para hacer el bien a
todos, para decir una buena palabra, o dar un
aviso provechoso de la manera más prudente.
El senador Miguel Angel Castelli había sucedido al
conde Cibrario como Primer Secretario de Su
Majestad en el Gran Maestrazgo de San Mauricio y
Canciller de la Corona de Italia. Necesitaba un
favor de don Bosco y fue a verle, prometiéndole
toda suerte de protección y ayuda; pudo el Santo
contentarlo plenamente y tuvo en él desde aquel
día, aunque profesara principios muy distintos, un
amigo más, que por cierto le invitó varias veces a
su casa. Mas don Bosco sólo fue una, y
precisamente el día en que una hijita ((**It10.8**)) del
Senador había recibido la primera comunión.
Adoraba el padre a aquella hija, en la que
brillaban una inocencia y una bondad sin igual.
Pasó don Bosco unas horas con aquella familia y no
perdió la ocasión de decir una buena palabra a la
inocente niña.
->>Quieres que se repita muchas veces este
hermoso día?, le preguntó.
-íSí!, contestó la chiquita.
-Pues bien: pide alguna vez este permiso a
papá; así podrás rezar por papá, por mamá, y el
Señor les consolará, conservándote buena... >>No
es verdad, señor Comendador?
-í No tengo nada en contrario; con mucho gusto!
La chiquita corrió a su padre, le abrazó y le
dio las gracias.
El padre, profundamente conmovido, tenía los
ojos arrasados en lágrimas.
Se encontraba don Bosco en una ciudad, fuera de
la provincia de Turín, y se enteró de que uno de
los primeros auxiliares del Obispo llevaba una
conducta irregular. Sin más motivo fue a verle. Se
entretuvo hablando con él largo rato sobre la
necesidad de prestar atención, antes de admitir
los seminaristas a las sagradas órdenes,
especialmente si eran víctimas de ciertas
pasiones, por las tristes consecuencias que
podrían seguirse, por el deshonor del sacerdocio y
escándalo de muchas almas. Siguió diciendo que
tales miserias no quedan nunca ocultas, sino que
se traslucen y habían todos de ellas con daño para
el Clero. Pero se expresó siempre en términos
generales sin la más mínima alusión a la persona
de su interlocutor, convencido de que había
comprendido por dónde iba la cuestión.
También solía dirigir habitualmente una buena
palabra personal a los suyos, aun cuando casi a
diario les dirigiese una exhortación,(**Es10.19**))
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