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veían en los más piadosos y doctos sacerdotes. Al
dar, por ejemplo, orientaciones y normas de vida
cristiana, especialmente a los que aspiraban a
mayor perfección, parecía otro San Felipe Neri.
César Chiala, inspector de Correos y miembro de
las conferencias de San Vicente de Paúl, que le
apreciaba muchísimo, tomaba aquel año estas
resoluciones:
No gastar ni un céntimo sin necesidad.
Evitar las ocasiones de hacer gastos inútiles.
Estudiar el catecismo y las rúbricas de la misa
y la oración en honor a los Santos protectores.
Estudiar la vida de la Virgen.
No omitir, mientras pueda, la comunión diaria.
Santiguarme antes de comer.
Procurar acostarme a las diez para levantarme a
las cuatro y media.
No quejarme nunca de la comida.
No perder el tiempo en la oficina.
Vencer las antipatías.
Deponer la altanería en el trato con
cualquiera.
Media hora de meditación por la mañana.
Descubrirme al pasar delante de una iglesia.
Hacer bien las visitas a los pobres.
No omitir, el viernes, la visita al Santisimo
Sacramento.
Celebrar bien las fiestas.
Esforzarme para no estar nunca ocioso.
Desear siempre crecer en gracia et amorem Tui
solum (íy amarte sólo a Ti!).
Nuestro buen Padre dedicaba las horas libres en
San Ignacio a escribir y responder infinidad de
cartas y despachar sus asuntos.
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Habiéndose enterado de que los señores Prefumo y
Varetti habían encontrado una casa para el ansiado
Hospicio de Génova, donde recoger a los muchachos
pobres, redactó el programa e hizo sacar una copia
al señor José Bartolomé Guanti, que más tarde se
ordenó de sacerdote y que, siendo capellán en
Buttigliera, diez años después de la muerte del
Santo, recordaba lo que le había sucedido
entonces:
El año 1871 (del 9 al 20 de agosto) estuve en
San Ignacio, de Lanzo, haciendo ejercicios
espirituales. Tuve la suerte de que me asignaran
una habitación contigua a la del queridísimo don
Bosco, que se encargaba de repetir con la
campanilla los toques de campana para las diversas
funciones.
Recuerdo perfectamente que era el sacerdote más
ocupado en las confesiones y que nunca tuve
ocasión de ver deshecha su cama, pues descansaba
sólo algunas horas por la noche en una butaca
ordinaria de anea.
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