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N. B.-El día 21 de los corrientes (domingo), a
las tres y media de la tarde, en la capilla
interna del Oratorio, habrá ensayo general. Se
invita a V. S. a tomar parte en él.
((**It10.162**)) La
ejecución del himno resultó grandiosa.
Al atardecer del día 21, al son de las alegres
armonías de la banda, se inauguraron también la
pequeña feria y la Rueda de la fortuna en favor
del Oratorio, y precisamente para sufragar los
gastos realizados con ocasión de la construcción
del coro y de la nueva sacristía, cuyos trabajos
de albañilería se habían terminado.
Fue indescriptible la encantadora admiración
que despertó el selecto grupo de jóvenes, hijos de
las más distinguidas familias de la ciudad, que
presidían las tiendecillas de venta, y la
extracción de las papeletas de la rueda, con
simpática e insuperable jovialidad.
El programa de la fiesta se desarrolló tal y
como deseaba don Bosco, con muchísima devoción en
la iglesia y con la más franca y desbordante
alegría en los patios.
El esplendor de los sagrados ritos fue
conmovedor. Y fuera del Santuario procedió todo
con el más perfecto orden. Los Superiores habían
celebrado varias reuniones, presididas por don
Miguel Rúa, y habían tomado las medidas oportunas
para que todos los forasteros tuvieran entrada
libre a los patios, sin perjuicio para la
disciplina de la casa, asignando a diversos socios
una vigilancia continua en todas partes.
No hace falta hablar del gran concurso que hubo
de toda clase de personas, especialmente el día
24. Millares de devotos se acercaron a la mesa
eucarística, y, desde las primeras horas de la
mañana, todos los altares estuvieron ocupados por
sacerdotes que celebraban el Santo Sacrificio.
Al mediodía, entre sacerdotes, bienhechores y
amigos, profesores y alumnos, que acudieron
también de las varias casas, hubo mil quinientos
comensales, repartidos en nueve comedores, todos
abundantemente servidos por la Divina Providencia.
La Santísima Virgen demostró claramente cuánto
amaba a su devotísimo Siervo. Lo cuenta el mismo
don Juan Bautista Lemoyne, que se encontraba aquel
día en el Oratorio.
Entró en la habitación del Santo la señora
María Rogattino, llevando de la mano a un hijo
suyo ciego. Había muchas personas presentes y,
ella, sumida en su dolor, se adelantó resuelta y
postróse de rodillas, exclamando:
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