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Estuvo en el Colegio de San Carlos del día 1 al
3 de agosto, esparciendo las bendiciones del
Señor.
En una de estas giras a Borgo San Martino
sucedió, durante el viaje, un curioso episodio.
Había en el departamento del vagón de don Bosco
dos señores que comenzaron a hablar de él. El uno,
entusiasta de sus obras, le ponía por las nubes;
el otro, no solamente demostraba que no le
apreciaba nada, sino que criticaba acerbamente su
apostolado. La disputa se puso al rojo vivo. Para
acabarla, uno de ellos, que vio en el rincón a un
sacerdote muy abstraído, dijo al otro:
-Aquí hay un sacerdote; que resuelva él la
cuestión; nosotros aprobaremos lo que él diga.
((**It10.130**)) -De
acuerdo, repuso el segundo.
Y dirigiéndose el primero a don Bosco, siguió
diciendo:
-Reverendo, perdone si le metemos en nuestra
cuestión, pero un cura sería el verdadero juez.
>>De dónde viene usted?
-De Turín.
->>Pertenece a aquella diócesis?
-Más aún; vivo en la misma ciudad de Turín.
->>Conoce usted a don Bosco?
-Mucho y muy íntimamente.
-Diga, pues, imparcialmente: >>quién de
nosotros dos lleva razón?
-Mire, respondió el Santo; usted ha dicho
demasiado. Don Bosco no es un ángel; los ángeles
no habitan en la tierra, sino que están en el
cielo. Pero usted, prosiguió dirigiéndose al
segundo, ha exagerado. Don Bosco ciertamente no es
tan malo como para ser un demonio.
->>En conclusión?
-Don Bosco es un pobre sacerdote que puede
equivocarse; pero lo poco que hace, lo hace con la
buena intención de ser útil al prójimo.
El tren había llegado a Borgo. Se apeó don
Bosco y corrieron hacia él curas y clérigos,
exclamando jubilosamente:
-íDon Bosco, don Bosco!
El señor que había hablado mal de él,
avergonzado, se apresuró a bajar para pedirle
perdón; y don Bosco, con una amable sonrisa, le
dijo graciosamente:
-íNo hay de qué, no hay de qué! Pero, mire;
cuando quiera criticar a alguien, cuídese de que
no esté presente el interesado y pueda oír lo que
usted dice...
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