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Sólo me quedaría el mantenimiento de los
seminaristas, que yo limitaría a doce gratuitos.
Un buen colegio puede siempre ofrecer doce plazas
gratuitas; pero, aún sin esto, la asistencia que
prestarían a los huérfanos reportaría a la casa lo
suficiente para mantener a los doce seminaristas.
Con todo, en lo que yo apoyo humanamente mi
plan es en el afecto de los ciudadanos, pues no
conviene que pese sobre el Obispo o sobre la
Iglesia, aun cuando nos prestaren socorro en casos
de urgencia.
Estos institutos, formando un todo, resultan
más económicos, pues uno ayuda al otro. Además, el
colegio y el orfanato ganan para el seminario la
simpatía y la bolsa de los ciudadanos, que lo es
todo.
Y si además esta casa es dirigida por una
corporación religiosa, queda cumplido el cometido
a las mil maravillas; traba y vincula todo en un
único objeto, responde a todos los deseos y presta
al Obispo y a la diócesis unos servicios que no se
podrían esperar por otros caminos.
Este era mi pensamiento; pensamiento que no
descubrí a ninguno, porque, si bien era fácil
llevarlo a cabo, yo creía que no me tocaba a mí
realizarlo y no pensaba tampoco en ello.
Bendito sea mi atrevimiento de manifestárselo a
usted, que no fue precisamente atrevimiento. Tan
pronto como me encontré con usted en Roma, me
sentí cautivado por su bondad, me sentí suyo. A mí
me habían encaminado ((**It10.1361**)) hacia
los jesuitas, con carta para el Padre General,
pero, habiéndola perdido en Foligno, junto con la
cartera y el dinero, (íprovidencia de Dios!), no
me atrevía a presentarme al Secretario; y, por
eso, llegué a usted, mas sólo para que me ayudara
a obtener el pasaporte, si se acuerda, y no le
hablé de otra cosa.
Habiendo resultado inútiles las pesquisas para
la cartera, escribí todavía a usted sobre ella y
accidentalmente le hablé del encargo que había
recibido de Savannah. Dispuso el Señor que esto
fuera según sus deseos: me invitó a conferenciar y
la conferencia terminó con que yo salí de ella
hijo suyo.
Si, como yo espero, no ha habido cambios, en
estos diez meses que estoy ausente y nunca he
escrito, el Obispo de allá debe estar embargado
con la alegría que le habrá dado mi carta.
Veremos por la que él me escriba, que llegará
aquí a fines de abril, si no ha habido ningún
entorpecimiento. En caso favorable, seré feliz:
1.° por ser hijo suyo; 2.° por volver, como tal, a
mis misiones al lado de un Obispo, a quien quiero
mucho; 3.° por realizar allí más de lo que podría
haber deseado, a saber: ser religioso y misionero.
Misionero en mis mismas misiones, fundador de
seminario, colegio, escuela de aprendices y, como
explicaré al final, fundador de una misión
especial. No me falta más que una conversión
verdadera y seré feliz.
Esta obra encontrará oposiciones en Savannah.
Usted sabe lo que me dijo monseñor Simeoni,
estando usted presente; que yo, como no he
prestado juramento alguno, estoy libre para ir a
la misión, donde me encuentre de acuerdo con el
Obispo.
Yo no me aparto de mi camino; déme un compañero
y, dentro de un mes, habré conseguido y contratado
en la ciudad más centros, para abrir la casa y
para llamar asistentes.
Pero esperemos ir a Savannah, y a la espera de
esto, como no me conviene perder tiempo, permita
que le exponga ahora aquí mis puntos de vista
sobre este asunto; y para proceder con claridad,
le expongo a continuación algunos puntos o
cuestiones:
(**Es10.1249**))
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