((**Es10.1141**) Tres
cartas, tres deudas! La primera lleva fecha del 8
de mayo; la segunda, del 14; la última, del día
16. La primera está escrita por don Bosco, la
segunda por don Joaquín Berto, y la última por el
profesor Celestino Durando...
Debo, ante todo, agradecerle las muchas y
cordiales expresiones, con que usted quiso, por su
bondad, exteriorizar su afecto respecto a mi
persona. Puedo asegurarle que su carta me fue
gratísima y oportunísima. Estaba yo en plena
crisis con el fastidioso y peligroso mal que tanto
me ha golpeado durante la pasada primavera, causa,
usted lo sabe, de varios accidentes que
alevosamente me han atacado para hacerme tragar
píldoras muy amargas. En este estado, me consoló
mucho la amable palabra que en aquel momento me
dirigía el que tanto aprecio y al que profeso el
más sincero y cordial afecto. Me veo, por tanto,
obligado a manifestarle en estas pocas líneas mi
más alto agradecimiento, que siempre durará, por
su preciosa y servicial atención conmigo, entonces
necesitado de particular consuelo.
Su carta, impregnada de la caridad propia de
don Bosco, nacida en el recinto del Santuario,
alimentada con los impulsos de una sincera y
generosa amistad, fue para mí la voz encantadora,
que despierta todas las fuerzas vitales de un
caballo cuando arrastra un pesado carro cuesta
arriba por una escarpada montaña. Parece que la
voz de su conductor aligera el peso que gravita
sobre el carro, parece que cobran nuevo vigor los
espíritus de aquel jadeante corcel, hasta que
llega felizmente a la ((**It10.1243**))
cumbre del monte y cumple, por la voz del guía,
una empresa, que parecía casi imposible de
realizar. Hoc primun... (Esto ante todo...).
En cuanto a la Colonia de Arcadia, que con tan
buen sentido desea fundar en Turín, ya he
convenido lo que hace el caso con mi colega
monseñor Ciccolini, custodio general de la
Arcadia. Su deseo ha sido muy bien acogido y
pronto se cumplirá. No se trata de crear, sino de
llamar a nueva vida la Colonia, que ya existió en
esta su ilustre Patria. Tenía la Arcadia más de
ciento sesenta colonias, entre las que descollaba
la de Augustae Taurinorum. La invasión francesa
trastornó, cortó y derribó todo. Sólo dos o tres
de las colonias de provincias resurgieron después
de la restauración del Gobierno Pontificio. Por lo
demás, su deseo, como ciudadano turinés, como
hombre de ciencia y como Fundador del Instituto
del Oratorio, es muy conveniente y digno de toda
loa. Imita lo hecho por tantos santos y doctos
monjes, que instituyeron colonias Arcádicas en sus
monasterios; por tantos fundadores, entre los más
recientes, los de los Escolapios, Somascos y el
Instituto de la Madre de Dios en Campitelli, que
promovieron e instituyeron colonias Arcádicas en
sus Institutos. Incluso el Camaldulense cardenal
Zurla, Vicario de Roma, como heredero de las
tradiciones monásticas, fundó en Roma misma, esto
es, en el Seminario romano, una colonia Arcádica.
Le presento por adelantado esta noticia para que,
si por acaso algún monseñor Aristarco (el
arzobispo monseñor Gastaldi) hiciese mala cara a
sus designios, tenga en mano esta arma, que me
parece de dos filos, para defender la obra que
ahora proyecta.
Ciccolini se ocupa ya de escudriñar libros y
tradiciones en el Archivo de la Arcadia para sacar
a la luz todos los precedentes relativos a la
excolonia de Turín. Yo tendré pronto los
resultados de estas pesquisas y se los comunicaré.
Y después, con ulteriores informaciones y
acuerdos, se formulará la instancia a nuestra
comunidad Arcadia, y la colonia de Turín en su
Oratorio será pronto una realidad que le aportará
honor y empleará las letras, el sonido, la poesía,
el canto en favor de la Religión, fin principal en
todo tiempo, pero sobre todo en el nuestro que
debe estar en la cumbre de todo pensamiento para
los educadores de la juventud, para los literatos
y para los Eclesiásticos especialmente. Le
escribiré otras cartas
(**Es10.1141**))
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