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paciencia en ir y venir inútilmente y tantas
veces, para hablar con personas y obtener un
favor, o sencillamente componer un asunto
concerniente al bien ajeno o al de la Iglesia, o
para recoger una limosna, al verle subir hasta un
cuarto piso, no podía menos de decirle:
>>-íDon Bosco, si viesen o supiesen en el
Oratorio lo que usted tiene que trabajar y sudar
por lograr una limosna con que resolver un asunto
en favor de sus hijos!
>>Y él replicaba:
>>-íTodo para salvar mi pobre alma!... íPara
salvar nuestra pobre alma hay que estar dispuestos
a todo!...>>.
Nada, absolutamente nada, le hacía perder la
calma y serenidad habitual.
Un día estaba monseñor Manacorda sentado con él
a la mesa en casa del caballero Esteban Colonna,
expedidor apostólico. Había muchos otros
convidados. Intentó hacerle enfadar, molestándolo,
reprochándolo, llevándole la contraria, buscando
todas las maneras de salirse con la suya sin
escatimar apodos irreverentes e ironías. Pero él,
siempre sonriendo, bromeando, dando explicaciones,
o callando, supo defenderse tan delicadamente que
hasta hizo perder la paciencia al buen Monseñor,
que le guardaba singular veneración.
Soportar serenamente cualquier humillación era
el medio de que se valía para vencer todos los
obstáculos.
Y el Señor estaba siempre con su Siervo. Hemos
referido algunas gracias obtenidas con su
bendición: don Joaquín Berto dio testimonio de una
de ellas en el Proceso Informativo.
<((**It10.1240**)) Bosco
y siguió su camino. Pero, al verse cortésmente
correspondido, volvió atrás para darle las gracias
y dijo que en 1867, cuando don Bosco se hospedaba
en cada del conde Vimercati en San Pedro ad
Víncula, él había sido llevado allí para recibir
su bendición.
>>-Entonces, añadió, yo estaba loco; pero
recuerdo que, cuando me llevaron para que usted me
bendijera, me dijo que no temiera en absoluto
porque curaría. Pues bien, desde entonces estoy
perfectamente curado: Le he visto otras veces
caminando por la ciudad, mas, por respeto, nunca
me atreví a acercarme...>>.
Era grandísima la admiración y veneración de
que universalmente gozaba.
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