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Excelencia:
Entre los barrios más poblados de la ciudad de
Turín está sin duda el que empieza en la plaza de
Armas, tiene su centro en la alameda del Rey,
vulgarmente llamada de los plátanos, y se extiende
hasta la orilla del Po. En este trecho de unos
tres kilómetros no hay iglesia, ni escuelas para
el público; se ve una nube de chiquillos, que
todos los días ((**It10.1237**))
vagabundean de calle en calle con gran peligro de
producir quejas a las autoridades públicas y
merecer la pena de reclusión, como por desgracia
ya ha ocurrido a menudo.
Había dado pasos para abrir un oratorio, con
jardín enfrente y escuelas para los más
abandonados y en peligro; pero la reciente
prolongación de la calle de San Pío V ocupó el
jardín y separó las escuelas de la capilla. Ahora
el propietario ha dado otro destino a aquel
terreno.
Con el vivo deseo de remediar esta necesidad
pública, he comprado un pequeño terreno entre la
calle Madama Cristina y la de San Pío V con cara a
la Avenida del Rey.
Este local estaría destinado a la construcción
de un edificio que abarcaría iglesia, escuelas e
internado para los más pobres, con capacidad para
unos cuatrocientos. De esta manera quedaría muy
aliviado el Oratorio de San Francisco de Sales,
que está atestado de muchachos y donde cada día se
recibe un sinnúmero de peticiones para la admisión
de otros nuevos.
Antes de lanzarme a la obra deseada, me he
dirigido al Economato General en demanda de ayuda.
El Ecónomo General, comendador Realis, me recibió
muy bien y me prometió un subsidio a fijar en la
época del comienzo de los trabajos.
Estas obras deberían comenzar precisamente
ahora, puesto que los planos están terminados; la
iglesia, las escuelas y el internado tendrían la
fachada frente a la Avenida del Rey.
Por este motivo, mientras algunos asuntos
particulares me tienen ocupado en Roma, suplico
humildemente a V. E. su ayuda para levantar una
obra totalmente encaminada al bien público,
especialmente para los hijos abandonados del pobre
pueblo, y que me conceda la máxima ayuda, que, en
este caso excepcional, le pareciere oportuno.
Lleno de confianza en su conocida bondad, tengo
el alto honor de poderme profesar con gratitud,
De V.E.
Roma, 5 de febrero de 1874.
Su humilde exponente
JUAN BOSCO, Pbro.
Como estaba todavía suspendido el comienzo de
las obras, tampoco se dio curso a esta súplica.
Más detalles todavía.
Durante el tiempo que estuvo en Roma, don
Joaquín Berto tomaba nota de algunos pormenores,
que ayudan a formarnos una idea más cabal del
espíritu del santo Fundador.
A don Bosco, a fuer de atentísimo observador,
no se le escapaba
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