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libros de devoción como La práctica de amar a
Jesús y Las glorias de María de san Alfonso M. de
Ligorio, Las maravillas de Dios en sus santos y en
las almas del Purgatorio del padre Rossignoli de
la Compañía de Jesús, del que solía decir,
después, que le había abierto los ojos y le había
dado las ganas de hacerse santo; las vidas de
((**It10.1193**)) San
Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San
Francisco de Borja, San Vicente de Paúl, el Beato
Sebastián Valfré y otras por el estilo.
En carnaval, cuando casi todos se entregan a la
diversión, él se estaba en casa y solía decir de
los que se visten de máscara:
-íEstos son judíos que crucifican a Jesús!
Tenía, además, mucha lástima de los pobres, y
frecuentemente les daba la mitad del almuerzo que
su madre le preparaba.
Su maestro, el reverendo Forzani, le enseñó los
primeros rudimentos de latín y logró que le
admitieran en el Oratorio, donde ingresó para
hacer el tercer curso del gimnasio. Tenía entonces
quince años, y un compañero suyo, don Juan Garino,
escribía de él este informe:
Era el año 1858. Cursaba yo el tercero del
gimnasio con el profesor don Juan Francesia. Una
mañana entró en clase un alumno nuevo, de aspecto
sencillo y virtuoso. Como hasta entonces no había
estado en colegios y rezumaba la sencillez propia
de quien ha vivido en el campo, había algún
compañero, ciertamente menos virtuoso que él, que
a veces le motejaba por sus modales. Pero nunca
sucedió que Racca se quejara de los malos tratos o
de las burlas de los compañeros; al contrario, lo
soportaba todo, y la constante hilaridad de su
rostro demostraba a las claras que no sólo no
guardaba ningún resentimiento contra los
compañeros que se mofaban de él, sino que los
quería, y se les ofrecía para todo lo que pudiera
serles agradable.
Como por naturaleza estaba dotado de ingenio y
memoria mediocres, y además no había aprendido
bien los primeros elementos de la lengua latina,
sucedía a menudo que no sabía la lección, aun
cuando se hubiese esforzado por aprenderla. Era
éste un motivo más para que los compañeros se
burlasen de él. Lo sentía, no podía ser de otro
modo, mas no por los compañeros, sino porque esto
constituía un impedimento para proseguir los
estudios empezados y llegar al sacerdocio. El
rezaba y acudía a menudo a la Virgen para que le
ayudase.
Y no fue inútil su oración. En efecto, una
mañana, mientras se esperaba en clase al maestro y
los alumnos repasaban la lección, he aquí que
entró Racca más alegre que de costumbre y como
quien acaba de haber obtenido una gran suerte.
Preguntóle un compañero la causa y empezó a
contar, con la mayor sencillez, que la noche
anterior se le había aparecido la Virgen y le
había concedido el don de la memoria. Al oír sus
palabras, unos se admiraron y otros en cambio se
rieron, como si considerara una realidad lo que no
era más que un puro sueño y efecto de la
imaginación.
No se dio por ofendido el joven, ni replicó.
Cuando le tocó recitar la lección, la supo
maravillosamente; y, de entonces en adelante, no
tuvo que lamentarse de encontrar dificultad para
aprender las lecciones asignadas, antes al
contrario, empezó a distinguirse entre los
compañeros por su feliz ((**It10.1194**))
memoria. No llegó a ser de los primeros de la
clase, pero nadie pudo negar su memoria más que
ordinaria, como lo demuestran los estudios
posteriores, a los que después se dedicó
infatigablemente,
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