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compañeros, entre los que figura Enrique Cirio, el
cual, según los registros, resulta que se fue a
casa en enero de 1871, <>.
Como quiera que sea, y puesto que se trata de un
detalle interesante, todavía inédito, lo referimos
gustosamente aquí, porque será del agrado de los
lectores.
He aquí la relación, redactada el 11-9-1912,
que verdaderamente confirma el don que don Bosco
poseía ((**It10.110**)) de
tener habitualmente ante sus ojos lo que sucedía
en el Oratorio, como premio a su ardiente deseo de
impedir el mal.
<>Declaro, para empezar, que fui alumno del
Oratorio en Turín desde el año 1868 al 1873, y que
allí cursé el bachillerato. Era yo un muchacho
flojo, como casi todos a esa edad, que me dejaba
arrastrar por los compañeros, de modo que no
siempre escuchaba los paternales consejos de don
Bosco a quien, sin embargo, me acercaba con
frecuencia.
>>Y he aquí el hecho que confirma la tradición
viva entonces, según nos contaba a mí y a otros el
reverendo Racca, fallecido uno de aquellos años.
Nos decía que don Bosco tenía siempre presentes a
sus hijos y, aun invisible, los apartaba de
cometer el mal, a veces de forma sensible.
>>Fue en el curso escolar de 1870-71, es decir,
el año en que se celebró el carnaval con la feria
de vinos en Turín, a la cual asistía la banda de
música del Oratorio uniformada de amarillo; el
mismo año en que se prolongaba en el Oratorio el
edificio, lindante con la calle Cottolengo, hasta
dar con una casucha propiedad de Juan Bautista
Coriasco, habitada por un tal Brosio (que tenía un
hijo en el Oratorio), la cual avanzaba tres o
cuatro metros más hacia el costado de la iglesia,
es decir, aproximadamente hasta donde está ahora
la portería. El espacio entre la pared de la casa
y el de la iglesia estaba cerrado por un vallado
interior y otro exterior.
>>El último sábado de aquel carnaval, junto con
los compañeros Boeri, tal vez camagna (o apellido
parecido) de Turín y Enrique Cirio determiné salir
del Oratorio durante el tiempo de las confesiones
de la tarde, par irnos a ver las fiestas del
carnaval. (Era yo un muchacho y no pensaba en las
consecuencias). Fue elegido, para la escapada, el
espacio mencionado entre la casita Brosio
(Coriasco) y la iglesia. Franqueamos fácilmente la
primera valla por el hueco que dejaba una tabla
movible. Mis dos compañeros ya habían salvado la
segunda, pero yo no podía saltarla, aunque era
fácil. Al mismo tiempo, no sé cómo me encontré
casi en medio del espacio, frente a una ventana
que daba a la cripta de la iglesia y oí caer junto
a mí muchas piedras que, al chocar contra el
empedrado, se hacían pedazos, ninguno de los
cuales me tocó. Los compañeros me llamaban y yo,
despavorido, respondía que no podía pasar y que
tiraban piedras. No he podido saber si también
ellos las oían caer, porque ((**It10.111**)) no se
trató de esto después, pero lo cierto es que ellos
mismos volvieron atrás, y ya no se habló más de la
escapada.
>>Pensando en este hecho con mayor sensatez,
siempre tuvo y tiene para mí algo de
extraordinario, y más relacionándolo con lo que
sucedió después.
(**Es10.109**))
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