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el médico que le visitó, declaró que padecía tal
agotamiento bronquial que poco le faltaba para
alcanzar el paroxismo. Al llegar a su casa, las
primeras palabras que dijo a su madre, a la que
trataba de usted, fueron éstas:
-Mamá, usted hace las veces de mi superior; le
pido haga de mí lo que quiera; recuérdeme todas
las recomendaciones que me ha hecho (y se las iba
exponiendo); pero sobre todo le suplico, querida
madre, vigile para que yo no falte ni un ápice a
la obediencia.
Era de una delicadeza angelical; íotro san
Luis!
Un día le acompañaba la madre dando un paseíto
por el jardín. Al ver que caminaba con dificultad,
le dijo:
-íMuy cansado debes estar hoy, pobrecito mío!
Y él, sonriendo, replicó:
-De veras, mamá; tan agotado estoy que si no
fuera religioso, le daría el brazo.
-Por eso no te apures, hijo; íya sabes que me
han hecho tu enfermera!
-íSi, mamá, pero soy ante todo religioso!
Y siguió paseando fatigosamente sin apoyarse.
El padre Jerónimo Raffo, de la Compañía de
Jesús, escribió la biografía de este querido joven
religioso, y se publicó en 1875 por la tipografía
Speirani. En ella se leen dos visitas singulares
que le hizo el <> don Bosco; la primera
en 1866, cuando, después de superar en 1864 una
grave enfermedad, se disponía para ir a París a
cursar los estudios superiores en la célebre
Escuela de Santa Filomena. He aquí la narración de
las mismas:
<((**It10.1186**)) los
peligros que le amenazaban. Sucedió que celebraba
Eugenio el cumpleaños de un primo suyo en casa de
los padres de éste; con él y con el hermano Carlos
saltaron por gusto una acequia. Fallóle el pie,
cayó y se rompió una pierna. Verdad es que la
rotura no fue grave, pero le obligó a guardar cama
algunas semanas, con la amenaza de no permitirle
que partiera el día señalado. Supo esto muy mal al
ferviente joven y, mal de su grado, lloró,
rarísima cosa en aquel ánimo viril, que sabía
controlar con energía toda impresión. También le
aburría atrozmente la continua inacción a la que
se veía obligado. Pero aquí resplandeció su fe y
su desprecio de todo respeto humano. Cuando estaba
bueno, acostumbraba comulgar cada ocho días;
enfermo, no quiso cambiar su
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