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mi óbolo para el Santo Padre y otro con quince
dedicado a Pío IX, fueron entregados a S. E., el
señor Arzobispo, cumpliendo sus órdenes; y también
sus cuentas, unos papeles de familia, el documento
de obligación de mis primos y la correspondencia
con los mismos. Quedé pasmada. >>Qué hacer en
aquella situación? Me armé de valor y me presenté
al Superior Eclesiástico. Tomando pie del
agradecimiento que le debía por su solicitud en
visitar a menudo a mi hermano difunto, le pregunté
tímidamente sobre lo que había dejado al morir. Y
me contestó que no se había encontrado nada.
Desconcertada ante las contradictorias
declaraciones de don José Begliati y las de
Monseñor, me propuse preguntar al primero sobre la
discordancia de sus declaraciones. Para colmo de
desgracias, el día anterior este mismo Sacerdote
fue atacado de apoplejía, con pérdida del uso de
la palabra, y murió al día siguiente. Yo volví a
Roma. Hace pocos días me escribió la sobrina
diciéndome que el teólogo Bertagna, por
deliberación del señor Arzobispo, enviaba a mi
casa dos títulos de a cincuenta liras para que me
quedara con uno y el otro correspondiente a las
sesis sobrinas, hijas de mi difunta hermana.
Confieso que quedé muy extrañada por el envío y
mucho más por la extraña distribución, pues no
puedo convencerme de que nadie pueda, en vida,
disponer arbitrariamente del testamento de un
difunto.
Considere, Rvmo. don Bosco, que, desaparecido
el testamento, no puedo reclamar la cantidad de
quince mil liras de mi propiedad y me encuentro en
la imposibilidad de entregarle todo lo que el
mismo hermano quería que se le diese para el fin
arriba mencionado. Pero, lo que más me toca en lo
vivo y me aflige es verme privada de la herencia
de los sentimientos de veneración y homenaje a la
Santa Sede, que yo comparto con él, y no poder
tener el honor de poner a los pies de su Santidad
el óbolo que le estaba destinado e impetrar la
bendición pontificia. Ahora que está usted
informado de este desgraciado incidente, no me
queda más que ((**It10.1159**)) poner
en sus manos, como lo hago, el hilo de este
enredado ovillo, para que con su prudencia lo
desenmarañe y libere mi conciencia de la opresión
en que se encuentra para el cumplimiento de la
voluntad de mi querido hermano. Pero, de todos
modos, si no se encuentra el testamento, no puedo
por ahora devolverle más que la mitad de lo que
recibí de Monseñor, ya que la otra mitad, de
acuerdo con la ley, se debe a las seis sobrinas
susodichas, y no quiera Dios que el marido de
alguna de ellas acuda a los tribunales para
reclamar lo que a todas ellas debería entregarse.
Poco tiempo después le envió el título de la
renta de cincuenta liras, que había recibido. Don
Bosco estaba todavía fuera de Turín. A su regreso
le escribió desde Lanzo:
Benemérita señora Eurosia:
Una carta urgente me obligó a partir a toda
prisa hacia las casas de Liguria, donde he pasado
unas semanas. Me encuentro actualmente en Lanzo y
le doy cuenta de nuestros asuntos. He recibido el
título de la renta de cincuenta liras y se lo
agradezco cordialmente; se ha vendido enseguida y
se ha empleado su valor para cubrir las
necesidades más urgentes de nuestros jovencitos.
Lo demás quedó paralizado con la desgracia de la
muerte de don José Begliati. Ya estaba todo
resuelto con él. Ahora hay un nuevo Rector; he
hablado con él; me aseguró que se informaría y
luego me daría razón detallada, que yo me
apresuraré a comunicar a usted.
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