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((**Es1.97**) entonces se sentaba en los mismos bancos que Juan Bosco. Es más, parece que Juan, ya desde sus primeros años, se aficionó a practicar secretamente algunas penitencias, como se verá a lo largo de esta historia, y que con los relatos de su maestro se sintió movido a imitar la vida de los santos. Aunque sólo asistió regularmente a la escuela de Capriglio durante los inviernos de 1824 y 1825, con todo pudo adelantar mucho en la lectura y la escritura. Durante el tiempo libre de clase apacentaba el gando, y en el verano, dio gusto a su hermano Antonio trabajando también en el campo. Pero, según ((**It1.100**)) afirman todos los de la aldea, en cuanto fue capaz de leer, se entregó a la lectura con gran ardor, para poderse preparar al sacerdocio, como ya, desde entonces, manifestaba desear. Su hermano José contaba que, hasta durante la comida, tenía un libro en la mano y seguía leyendo. Su libro predilecto era el catecismo que siempre llevó consigo hasta que comenzaron las clases con regularidad. Este precioso librito fue para él fuente de nuevas gracias. Dicen los libros sagrados: <>. 1 Llegado el mes de noviembre cuando empezaron a caer las primeras nieves y hubo que dejarlo todo a campo descubierto, Juan habló de volver a la escuela. Antonio frunció el ceño y Margarita creyó oportuno no hacer valer su propia autoridad. No faltaban pretextos o necesidades para mandar a Juan a Capriglio; unas veces, para asistir a su tía, otras para llevar un recado al abuelo; pudo entretenerse, aunque no demasiadas veces, en el invierno de 1825 y 1826 con don Lacqua y así ejercitarse en escribir y disponer de libros para leer; pero no tardó mucho en tener que interrumpir toda relación con aquel sacerdote. íDuro martirio para quien siente vivo el deseo de aprender! Entretanto, iban desarrollándose y creciendo en él los gérmenes de las virtudes que habían sembrado en su corazón la madre y el maestro. El ya citado Segundo Matta contaba otro hecho, precioso testimonio de la conducta de Juan con su compañero de pastoreo. Otros cuatro o cinco muchachitos llevaban ((**It1.101**)) a apacentar sus vacas por las cercanías del prado donde estaba Juan. Irreflexivos y negligentes, dejaban muchas veces abandonado el ganado, para irse a corretear, subirse a los árboles o entretenerse con mil juegos. Juan no solía tomar parte en sus diversiones por aquel entonces, sino que //1 Eclesiástico, VI, 37. //(**Es1.97**))
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