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buen hombre se gloriaba, hace pocos años,
conversando con don Miguel Rúa, de haber tenido
tal suerte.
Entretanto, el Señor disponía los
acontecimientos de modo que
Margarita recibiera algún consuelo. En 1824
fallecía en Capriglio la
criada de don Lacqua, y entraba en su lugar
Mariana Occhiena, hermana de Margarita, la cual
quería muchísimo a sus sobrinos e iba, de cuando
en cuando, a I Becchi a visitarlos. Mariana rogó
en seguida al capellán que diera clase a Juan y
él, en atención a su nueva sirvienta, a la que ya
conocía como persona muy religiosa y fiel, no supo
negarse y consintió en dársela gratuitamente. La
tía Mariana, que abrió el camino para los estudios
elementales a Juanito, después de haber asistido a
aquel venerado sacerdote hasta el último instante
de su vida, soltera todavía, fue a acabar sus días
en el Oratorio de San Francisco de Sales, donde
prestó sus servicios caritativos en favor de los
jóvenes alIí acogidos.
Así que, estando la tía en Capriglio, para Juan
era como ir a su propia casa. Las clases
comenzaban poco después de la fiesta de Todos los
Santos, y duraban, a lo más, hasta la fiesta de la
Anunciación. Juan, en tan tierna edad, empezó a
recorrer casi todos los días cerca de cuatro
kilómetros, en la más rígida estación del año, con
lluvias, nieve, barro y frío. ((**It1.99**))
Don Lacqua le cobró grandísimo afecto y tenía
con él muchas atenciones, preocupándose con
interés de su instrucción y, más aún, de su
educación cristiana. Admirado de su extraordinaria
aptitud para la piedad y el estudio,ampliaba las
explicaciones recibidas de la madre sobre las
verdades religiosas, le enseñaba los medios
necesarios para conservar en su alma la gracia de
Dios, le instruía detalldamente sobre el modo de
acercarse con fruto al sacramento de la penitencia
y sobre la necesidad de la mortificación cistiana,
que supone necesariamente vigilancia continua de
las propias acciones, aun las más pequeñas, para
evitar queden viciadas por la soberbia. Para Juan
era un paso más hacia adelante, que Dios le
facilitaba. Sus compañeros, más pequeños que él,
le maltrataban, tomándole por tonto. Es natural
que un muchachito, que ha vivido en el aislamiento
de una casa de campo, se sienta al principio
cohibido en medio de una multitud de compañeros
desconocidos. Pero Juan no trató nunca de
defenderse, como habría podido hacerlo fácilmente,
cuando ya no era un novato. Máxime que podía
contar con el apoyo seguro de su tía y el maestro.
Sin embargo, prefirió aguantar con paciencia
y sin salir por sus fueros. Así lo contaba el
señor Antonio Occhiena di Francesco, más tarde
alcalde de Capriglio, y que por(**Es1.96**))
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