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civil las pastorales de los obispos, y pretendían
modificar las frases
que no les agradaban, reservándose poner su veto,
si el obispo no se
sometía. El rey dió la razón a los obsipos que
recurrieron a él; los
ministros cedieron en casos particulares, pero no
cambiaron las órdenes
dadas a las tipografías de no imprimir nada sin su
previa aprobación.
Su mismo antecesor y hermano Víctor Manuel I,
soberano religioso, justo y de buen corazón,
respetuoso y obediente a la Iglesia, que había
restablecido las órdenes religiosas, tuvo a su
lado algunos ministros que, como el presidente
conde Peiretti, embajador en Roma, solían decir: -
Todo lo que es para Roma motivo de esperanza, debe
ser para nosotros motivo de temor y debemos
abstenernos de concederlo. - Las tradiciones
regalistas no se habían extinguido en la corte, y
los consejeros de la corona se afanaban por
inspirar en el ánimo del soberano la duda de que
ciertos privilegios del clero no eran ya
compatibles con la cambiada condición de los
tiempos. El mismo Víctor Manuel, en las
instrucciones que dio por escrito al conde
Barbaroux, embajador ante la Santa Sede, le
había insinuado que desconfiase del Papa como
príncipe temporal. í Y ponía su confianza en otras
potencias de Europa, mientras en Turín, en los
palacios de los embajadores de Francia y de España
y del enviado de Baviera, se desarrollaban
reuniones secretas de los sectarios, que hicieron
estallar la revolución de 1821, tras la
cual,acobardado, abdicaba voluntariamente el trono
en favor de Carlos Félix!
Todo ello era efecto de las teorías enseñadas
en la Universidad de
Turín y que se resumían en este lema: -íO
consiente el Papa en lo que nosotros queremos, o
lo haremos igualmente!, máxima que en sustancia
allanaba el camino a todos los enemigos de la
Iglesia. El conde La Margherita declaraba que
había sido para él una fortuna haber estudiado el
Derecho eclesiástico en autores no condenados por
la Iglesia, doctorándose en leyes antes de la
restauración, cuando no existía aún en Turín la
cátedra de Derecho canónico.
En comparación con estos ministros y doctores,
ícuánto más valía un niño humilde que sólo sabía
el catecismo! <> 1, podía decir Juan
con el Salmista. En verdad aquéllos iban
preparando calamidades sin cuento a la sociedad,
mientras el pequeño pastorcito le preparaba una
gran renovación. El, que siempre se mostró tan
intrépido y
// 1 Salmo CXVIII, 100 //(**Es1.90**))
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