((**Es1.83**)
por allí!íDe prisa, guardias!íEl ladrón está ahí!
- Y dando golpes con calderos y paletas de hierro
hacían un ruido infernal.((**It1.84**))A los
gritos inesperados, el ladrón, muerto de miedo,
dejó las uvas, echó a correr ladera abajo y
desapareció por entre montículos y zanjas.
Margarita, satisfecha de la victoria, decía a sus
hijos: -Lo veis? Sin escopetas hemos hecho huir a
los ladrones. Todos reían a gusto. El ladrón cayó,
poco después, en manos de la justicia por otros
robos y pagó con varios años de cárcel.
Acostumbrado Juan, de esta manera, a no dejarse
impresionar por el miedo, supo conservar aquella
sangre fría que tanta falta le hizo después en las
diversas circustancias y peligros con que se
tropezó, a lo largo de la vida. Ciertamente que
eran motivos sobrenaturales los que le daban
ánimo; pero la virtud en un corazón acostumbrado
desde niño al miedo es como un licor precioso en
vaso de barro: haría falta un milagro para poder
resistir. De Juan se puede decir con verdad lo que
del justo se leen en el Eclesiástico:<>1. No tenía que ser
Juan, realmente, el guardián de la viña del Señor,
uno de los defensores de su casa?
Otra prueba de intrepidez dio Juan unos años
más tarde. Margarita había tenido cuidado de no
contar nunca a sus hijos cuentos o escenas de
miedo que pudieran sobresaltar su fantasía, como
desgraciadamente hacen ciertas madres imprudentes,
las cuales, obrando así, en vez de formar jóvenes
valientes los vuelven cobardes. Pues bien, un
otoño, en que Juan fue a ((**It1.85**)) pasar
unas breves vacaciones a su pueblo, se dirigió a
casa de su madre en Capriglio, donde Margarita, en
tiempo de la vendimia, solía pasar algunos días.
Su abuelo, sus tíos y sus tías, recibieron al
sobrino con gran alegría y, al acercarse la noche,
mientras esperaban a que estuviera preparada la
cena, alguien comenzó a contar que, en tiempos
pasados, se habían oído en el desván ruidos de
diversa intensidad, prolongados unos, breves
otros, pero siempre espantosos. Todos decían que
sólo el demonio podía espantar a la gente de
aquella manera. Juan no quería creer aquellas
patrañas y sostenía que tales fenómenos había que
atribuirlos a causas naturales, como por ejemplo,
el viento, las garduñas, etc. Entretanto, como ya
era oscuro, encendieron los candiles. La
habitación donde conversaban tenía un techo de
madera que servía
//Eclesiástico,XXX,4-6.
(**Es1.83**))
<Anterior: 1. 82><Siguiente: 1. 84>