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pavada que se les había confiado. La madre, que lo
había observado todo desde la ventana, bajó con
unos vecinos, juntó los pavos -que comenzaban a
desbandarse-y los encerró en el gallinero.
Mientras tanto, los dos niños -que, como era de
suponer, no encontraron al que buscaban-volvieron
a casa con la cabeza gacha, acobardados y
empapados en sudor. Es de imaginar su
estupefacción, al llegar al prado y ver que habían
desaparecido los demás pavos. Miraron en derredor:
no había una alma. Alzaron sus ojos hasta la casa,
pero tampoco vieron a nadie. Inmediatamente
pensaron que también les habían robado los otros
pavos; puede, por tanto, imaginarse su estado de
ánimo al entrar en casa. Apenas pasaron el umbral,
exclamaron con pena: -íMamá, no están los pavos!
-Margarita los miró sonriente. Ellos, sospechando
mejores noticias, corrieron a su lado: -Por qué se
ríe? -Porque los pavos los he recogido yo;
vosotros hacéis las cosas sin pensar. Para otra
vez no os fiéis de vuestro juicio; ((**It1.80**)) pedid
antes consejo a quien sabe más que vosotros y no
tendréis que arrepentiros después. De esa manera
no venderéis un pavo por veinticinco céntimos, ni
correréis el riesgo de perder los demás. Y, por
otro lado, qué habríais hecho vosotros solos, tan
pequeños, de haber encontrado al ladrón?
No quiero pasar por alto esta observación:
quién podía conjeturar entonces que la divina
Providencia destinaba a Juanito para ser su
tesorero y administrar enormes sumas de dinero en
favor de tantas y tan diversas obras de caridad?
Algún tiempo después, mientras guardaba los
pavos en el prado, se dio cuenta Juanito de que le
faltaba uno. No había visto acercarse a nadie;
pero, echando una mirada alrededor, descubrió a un
individuo con barbas, alto de estatura, que pasaba
por allí, con la indiferencia de quien no se
preocupaba del pastor. Pero el pastorcillo,
razonando consigo mismo, llegó a la conclusión de
que el desconocido podía ser el ladrón. No había
señal alguna de que aquel tipo llevara consigo el
pavo que faltaba. Sin embargo, Juan estaba tan
convencido de ello que salió al camino, corrió
tras él y con la osadía de quien está seguro de sí
mismo, le apostrofó: -Si no me devuelve el pavo,
no le dejaré seguir adelante. -El forastero le
miró con cara de pocos amigos y respondió: -Te has
vuelto loco? íVete a jugar y que te diviertas!
-Pero Juan insistió: -No me ha oído? íVenga el
pavo! Le digo que usted me lo ha robado. -El
forastero, desabrochándose la chaqueta, preguntó:
-íDónde quieres que lo haya metido: -Juan no se
dio por vencido: -Yo no digo que lo lleve encima,
pero quiero el pavo. -Y el tipo aquel añadió: -Veo
que estás de broma y eso no está(**Es1.80**))
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