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de un vidrio roto, de un descosido en la ropa, de
una silla que se cae,
se ponen furiosos, apostrofan, golpean a sus
hijos, como si hubiesen
cometido un grave delito. Y los hijos se asustan,
lloran, se irritan,
odian y acaban a veces por rebelarse contra la
autoridad del padre o de la madre. No reflexionan
en que, además, se falsea la conciencia de los
hijos.Porque, a veces, les toleran, o a lo sumo
les castigan levemente, por una mentira, una riña,
unas palabras inconvenientes, unas desobediencias;
y, en cambio, por un peuqeño daño material, les
castigan con una furiosa tempestad de palabras y
golpes que, muchas veces, son ocasión de escándalo
y de ofensa a Dios. íQué necedad comparar y
anteponer un pequeño daño material a las faltas
contra la ley del Señor! Sin embargo, aunque
Margarita amaba mucho a sus hijos, no les hacía
demostración alguna de empalagoso afecto; se
preocupaba, por el contrario, de acostumbrarles a
una vida sobria, laboriosa y dura. Así crecieron
robustos. Las largas caminatas no les cansaban:
para ellos no había distancias. Muchas veces,
cuando Juan estaba en el Colegio Eclesiástico,
salía de Turín a las dos de la tarde y llegaba
tranquilo a Castelnuovo de Asti a las ocho.
Para el desayuno no quería que se acostumbraran
a tomar ningún
companaje, ni fruta, a pesar de vivir en el campo;
ni café con leche. Les preparaba una rebanada de
pan y quería que la comiesen así, a secas.
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De esta manera les acostumbró a que no les
importara nada carecer de companaje en el
desayuno. Y así solía hacer con Juan cuando volvía
de la escuela a vacaciones y, más tarde, cuando ya
era seminarista.
Aunque en el seminario dormía sobre colchon, en
casa ella le
preparaba la cama con un simple y duro jergón. Y
le decía: -Es mejor que te acostumbres a dormir
con un poco de molestia; porque a las comodidades
nos acostumbramos pronto. -Y durante los cuatro
meses de vacaciones, ésta será siempre su cama.
Hacía que su mismo hijo envolviera al colchon en
un cobertor y lo guardara hasta el comienzo del
nuevo curso escolástico. -No sabes lo que será de
ti el día de mañana -le decía-; quién sabe el
destino que te reserva la Providencia; te
conviene, pues, estar acostumbrado a las
privaciones.
Aun durante el sueño quería que experimentasen
alguna mortificación.
<>, decía, <>. Muchas veces, por la noche, ocupado en
los preparativos que la hospitalidad cristiana
exigía, en favor de algún pobre que no había
encontrado acogida en ningún otro sitio, los hacía
estar en pie hasta(**Es1.76**))
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