((**Es1.71**)
-Es que quiere pegarme?
-Claro; tráemela.
El chiquillo iba por la vara y se la entregaba.
-Ahora, acércate.
Y el niño se ponía a su lado. ((**It1.68**)) -Abuela,
yo no he empezado a reñir; yo no he desobedecido.
-Está bien: entonces, en vez de un palo te daré
dos.
-Perdóneme, abuela.
-íEsto no me basta!
-Abuela, es verdad; me he portado mal, pero no
lo volveré a hacer. -Y confesaba en qué había
faltado.
-Estás convencido de tu falta?
-Sí, abuela.
A lo mejor, tenía ya la abuela la vara en el
aire, dado que el pequeño culpable no se decidía a
responder. Pero al oír: -íPerdóneme, tengo yo la
culpa! -ella desistía y le decía: -Está bien,
lleva la vara a su sitio y no vuelvas a faltar
más. -En general, terminaban siempre así las
amenazas de la abuela, porque los chiquillos, que
sabían el medio para librarse del castigo,
reconocían en seguida con sinceridad la propia
culpa.
Rarísimas veces ocurrió que les pegara y aun
entonces todo se reducía a uno o dos golpes con la
vara, que ciertamente no llegaban a escocer; pero,
como iban unidos a la idea de castigo, bastaban
para hacer llorar al castigado, el cual ponía buen
cuidado en no alejarse de la abuela ni un paso.
Ella, mujer de iglesia, sabía de memoria las
instrucciones del párroco: <>. 1
Como la abuela apenas si podía levantarse de la
silla, hubo ocasión en la que alguien preguntó a
los muchachos:
-Por qué os acercáis a la abuela, cuando os
llama para pegaros? Por qué no escapáis? No veis
que no os podrá alcanzar?
Y su respuesta era siempre la misma:
-íPara no dar un disgusto a nuestra madre!
((**It1.69**))
Un día, la abuela notó que habían desaparecido
unas frutas que ella había puesto aparte. Su
sospecha recayó sobre el más pequeño. Le llamó:
-íJuan! -Este, que era inocente de aquel hurto,
corrió alegre junto a la abuela; pero ésta, muy
seria, le dijo:
-Tráeme la vara del rincón.
1 Prov., XXIII, 13-14.(**Es1.71**))
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